sábado, 25 de mayo de 2013

La tumba de las luciérnagas (1988)



"¿Por qué se mueren tan rápido las luciérnagas?

Es mucha la gente que considera que las películas de animación son “cosa de niños”. Cuando esas películas están protagonizadas, precisamente, por niños, esa impresión se acentúa todavía más. Y si, además, la película o serie en cuestión tiene firma japonesa, es normal oír la frase de “ah, son esos dibujitos chinos que ven los críos”.

Craso error.

Dentro del cine de animación, de cualquier género, época y país, se pueden encontrar siempre cintas que trascienden el ámbito infantil buscando aspiraciones más altas. Son cintas que en algunas ocasiones están recomendadas tanto para niños como para adultos, y que en otras, por su crudeza, su temática, o su dureza, solo son aconsejables para estos últimos. La tumba de las luciérnagas pertenece a esta última clase.

Sorprende, cuando menos, que una película tan poco dirigida a un público infantil fuera la tercera apuesta de los conocidos Studio Ghibli, después de Nausicaä del valle del viento y El castillo en el cielo. No solo eso, sino que debido a que el estudio apenas se había formado cuatro años antes, esta fue también la primera película que no dirigía Hayao Miyazaki, sino su socio y colaborador Isao Takahata. Pero lo más sorprendente de todo, quizás, es el hecho de que esta durísima cinta antibélica esté dirigida por la mente que engendró dos series que jamás olvidarán miles de niños (y no tan niños) en todo el mundo, nuestro país incluido: Marco y Heidi.

Sabiendo o intuyendo todo esto, cuando me advirtieron de la dureza de la película no hice demasiado caso. “No será para tanto”, pensé. Hasta que empezó la cinta, y en la primera escena aparece un chico de 14 años mirando a la cámara y diciendo “el 21 de septiembre de 1945 yo morí”. Agonizando en una estación de tren. Wow.

A partir de ahí la cosa no hace sino ir subiendo el nivel. El espíritu del chico (al principio a lo mejor no nos damos cuenta de que es él, pero luego ya te percatas) empieza a recorrer las escenas de las últimas semanas o meses de la vida del joven, Seita y lo que le ha llevado a esa situación. Junto a él, el espíritu de Setsuko, una niña de cinco años que como descubriremos en el primer recuerdo, es su hermana. ¿Intuís por dónde va la cosa?

La dirección de Takahata es muy buena, aunque se le nota su hacer como director de series, lo que repercute en cierta lentitud a la hora de desarrollar la cinta, que a pesar de su brevedad, abunda en escenas largas, silencios prolongados y un pulso un tanto irregular, con casi toda la acción concentrada en los primeros y los últimos minutos de la cinta. La historia, a pesar de dejar ciertos cabos sueltos (no se explica, por ejemplo, cómo llega Seita a la estación de tren), está perfectamente desarrollada, y engancha a pesar de conocerse desde el primer instante su desenlace, algo nada fácil de conseguir.

Visualmente, la cinta es impresionante. No es tan colorida ni tan impactante como la de El rey león, que comentaba el otro día (y que algún lector me afeó que no hubiera destacado más eses aspecto), pero el estilo tiene una sensibilidad abrumadora que cuida hasta el último detalle. Las películas de Ghibli suelen destacar por su imagen con tintes poéticos y una sencillez casi infantil, y esta no es una excepción. Esa poesía se refleja también en el apartado sonoro, donde las piezas traen constantemente reminiscencias de música clásica, bien por las propias composiciones, o bien por el uso de determinados instrumentos (como el clavicordio) que llevan un poco a ese contexto.

En este aspecto es interesante ver, además, varias referencias que serán recurrentes en el cine de animación japonés. La visión un tanto idílica de los campos de cultivo y la naturaleza, que suele aparecer a menudo, o la siempre agradecida escena del tren, donde nos encontramos a dos personajes viajando juntos sentados mientras el paisaje pasa tras las ventanas, a su espalda (una escena que se repite, por ejemplo, en El verano de Coo, que ya critiqué aquí; o también en una secuencia muy emblemática de El viaje de Chihiro, de Miyazaki).

Por otro lado, el hecho de ambientar la cinta en la época de la posguerra japonesa la convierte en una de las cintas anti-bélicas más destacadas de la historia; se la compara en ese aspecto con La lista de Schlinder (de Spielberg) o El pianista (de Polanski), aunque a mí personalmente me parece más dura que las dos juntas. Únicamente se acerca a la crudeza y el sentimiento de esta crítica la cinta alemana Wunderkinder (que también critiqué en su día), aunque no llegue a las cotas de Takahata.

Ese anti-belicismo se une al apartado visual, y se vierte en la cinta en forma de un simbolismo muy marcado, bien por el uso del colorido, bien por los propios recuerdos (y el espíritu de Seita observándolos), o bien por aspectos y objetos concretos… Basta con que se muestre un columpio roto, una lata de caramelos vacía, o el cuerpo aplastado de una luciérnaga para que se te haga un nudo en la garganta por todo lo que representa.

Y lo más interesante es la forma de mostrar ese simbolismo y esa crítica. Mientras que otras cintas optan por una exposición directa del daño y el sufrimiento de la guerra, aquí se te muestra de forma más sutil, dando un rodeo. No son los males que provoca la guerra: son los males que provocan las consecuencias de ésta. Así somos testigos de cómo niños inocentes se ven obligados a robar, cómo sus familiares van agriando su carácter y se vuelven unos desagradecidos con ellos a medida que aumentan las penurias, y en fin, cómo cada uno, por generoso que sea, tiene que volverse al final un tanto egoísta para salvar la vida de sus seres queridos.

A medida que avanza la cinta, la inocencia se va desmoronando poco a poco, hasta que los niños la pierden por completo; nunca olvidaré la escena en que Setsuko habla a su hermano, deshecho en lágrimas de la muerte de su madre:

"Estoy haciendo una tumba. Mamá también está dentro de una tumba, ¿verdad? Se lo oí decir a la tía hace unos días. O sea, que ya sé que mamá ha muerto, y seguramente esté en una tumba."

Al final, en los últimos compases de la cinta, los personajes recuperan un poco esa inocencia, pero ceñida ahora de una tristeza que la empaña y da ganas de llorar. Quien más me recomendó esta película me dijo que quiere creer que al final ambos chicos están bien. Cada uno que interprete la cinta como prefiera.

Cierro la crítica advirtiéndoos de que aunque creáis que ha habido spoilers, no los ha habido. Todo lo que cuento se sabe, o se intuye, desde el primer momento, prácticamente. Y lo que no, es porque en la película tampoco termina de explicarse o de mostrarse.

Una joya, sin duda. De las más duras que se puedan hallar, pero una joya. Más tarde se hizo una versión de la cinta con actores reales, que no he visto, pero que difícilmente podría igualar el resultado de la original.

Allez-y, mes ami!

Buenas noches, y buena suerte.

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LO MEJOR: la dureza y crudeza de su crítica. El apartado visual y el simbolismo.

LO PEOR: algunos cabos sueltos de la historia que quedan sin explicación.

NOTA: 9/10. Una de las mejores películas de animación con las que vais a toparos en vuestra vida. No la recomiendo si sois especialmente sensibles. Y si tenéis hermanos pequeños… Es vuestra decisión correr el riesgo de verla o no.

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Tráiler (sin una sola palabra)

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