"¿Por qué
se mueren tan rápido las luciérnagas?”
Es
mucha la gente que considera que las películas de animación son “cosa de niños”.
Cuando esas películas están protagonizadas, precisamente, por niños, esa
impresión se acentúa todavía más. Y si, además, la película o serie en cuestión
tiene firma japonesa, es normal oír la frase de “ah, son esos dibujitos chinos
que ven los críos”.
Craso
error.
Dentro
del cine de animación, de cualquier género, época y país, se pueden encontrar
siempre cintas que trascienden el ámbito infantil buscando aspiraciones más
altas. Son cintas que en algunas ocasiones están recomendadas tanto para niños
como para adultos, y que en otras, por su crudeza, su temática, o su dureza,
solo son aconsejables para estos últimos. La
tumba de las luciérnagas pertenece a esta última clase.
Sorprende,
cuando menos, que una película tan poco dirigida a un público infantil fuera la
tercera apuesta de los conocidos Studio Ghibli, después de Nausicaä del valle del viento y El
castillo en el cielo. No solo eso, sino que debido a que el estudio apenas
se había formado cuatro años antes, esta fue también la primera película que no
dirigía Hayao Miyazaki, sino su socio y colaborador Isao Takahata. Pero lo más
sorprendente de todo, quizás, es el hecho de que esta durísima cinta antibélica
esté dirigida por la mente que engendró dos series que jamás olvidarán miles de
niños (y no tan niños) en todo el mundo, nuestro país incluido: Marco y Heidi.
Sabiendo
o intuyendo todo esto, cuando me advirtieron de la dureza de la película no hice
demasiado caso. “No será para tanto”, pensé. Hasta que empezó la cinta, y en la
primera escena aparece un chico de 14 años mirando a la cámara y diciendo “el
21 de septiembre de 1945 yo morí”. Agonizando en una estación de tren. Wow.
A
partir de ahí la cosa no hace sino ir subiendo el nivel. El espíritu del chico
(al principio a lo mejor no nos damos cuenta de que es él, pero luego ya te
percatas) empieza a recorrer las escenas de las últimas semanas o meses de la
vida del joven, Seita y lo que le ha llevado a esa situación. Junto a él, el
espíritu de Setsuko, una niña de cinco años que como descubriremos en el primer
recuerdo, es su hermana. ¿Intuís por dónde va la cosa?
La
dirección de Takahata es muy buena, aunque se le nota su hacer como
director de series, lo que repercute en cierta lentitud a la hora de
desarrollar la cinta, que a pesar de su brevedad, abunda en escenas largas,
silencios prolongados y un pulso un tanto irregular, con casi toda la acción
concentrada en los primeros y los últimos minutos de la cinta. La historia, a
pesar de dejar ciertos cabos sueltos (no se explica, por ejemplo, cómo llega
Seita a la estación de tren), está perfectamente desarrollada, y engancha a
pesar de conocerse desde el primer instante su desenlace, algo nada fácil de
conseguir.
Visualmente,
la cinta es impresionante. No es tan colorida ni tan impactante como la de El rey león, que comentaba el otro día
(y que algún lector me afeó que no hubiera destacado más eses aspecto), pero el
estilo tiene una sensibilidad abrumadora que cuida hasta el último detalle. Las
películas de Ghibli suelen destacar por su imagen con tintes poéticos y una
sencillez casi infantil, y esta no es una excepción. Esa poesía se refleja
también en el apartado sonoro, donde las piezas traen constantemente
reminiscencias de música clásica, bien por las propias composiciones, o bien
por el uso de determinados instrumentos (como el clavicordio) que llevan un
poco a ese contexto.
En
este aspecto es interesante ver, además, varias referencias que serán
recurrentes en el cine de animación japonés. La visión un tanto idílica de los
campos de cultivo y la naturaleza, que suele aparecer a menudo, o la siempre
agradecida escena del tren, donde nos encontramos a dos personajes viajando
juntos sentados mientras el paisaje pasa tras las ventanas, a su espalda (una
escena que se repite, por ejemplo, en El
verano de Coo, que ya critiqué aquí; o también en una secuencia muy
emblemática de El viaje de Chihiro,
de Miyazaki).
Por
otro lado, el hecho de ambientar la cinta en la época de la posguerra japonesa
la convierte en una de las cintas anti-bélicas más destacadas de la historia; se
la compara en ese aspecto con La lista de
Schlinder (de Spielberg) o El pianista
(de Polanski), aunque a mí personalmente me parece más dura que las dos
juntas. Únicamente se acerca a la crudeza y el sentimiento de esta crítica la
cinta alemana Wunderkinder (que
también critiqué en su día), aunque no llegue a las cotas de Takahata.
Ese
anti-belicismo se une al apartado visual, y se vierte en la cinta en forma de
un simbolismo muy marcado, bien por el uso del colorido, bien por los propios
recuerdos (y el espíritu de Seita observándolos), o bien por aspectos y objetos
concretos… Basta con que se muestre un columpio roto, una lata de caramelos
vacía, o el cuerpo aplastado de una luciérnaga para que se te haga un nudo en la
garganta por todo lo que representa.
Y
lo más interesante es la forma de mostrar ese simbolismo y esa crítica.
Mientras que otras cintas optan por una exposición directa del daño y el
sufrimiento de la guerra, aquí se te muestra de forma más sutil, dando un
rodeo. No son los males que provoca la guerra: son los males que provocan las
consecuencias de ésta. Así somos testigos de cómo niños inocentes se ven
obligados a robar, cómo sus familiares van agriando su carácter y se vuelven
unos desagradecidos con ellos a medida que aumentan las penurias, y en fin,
cómo cada uno, por generoso que sea, tiene que volverse al final un tanto egoísta
para salvar la vida de sus seres queridos.
A
medida que avanza la cinta, la inocencia se va desmoronando poco a poco, hasta
que los niños la pierden por completo; nunca olvidaré la escena en que Setsuko habla
a su hermano, deshecho en lágrimas de la muerte de su madre:
"Estoy haciendo una tumba. Mamá también está
dentro de una tumba, ¿verdad? Se lo oí decir a la tía hace unos días. O sea,
que ya sé que mamá ha muerto, y seguramente esté en una tumba."
Al
final, en los últimos compases de la cinta, los personajes recuperan un poco
esa inocencia, pero ceñida ahora de una tristeza que la empaña y da ganas de llorar.
Quien más me recomendó esta película me dijo que quiere creer que al final
ambos chicos están bien. Cada uno que interprete la cinta como prefiera.
Cierro
la crítica advirtiéndoos de que aunque creáis que ha habido spoilers, no los ha
habido. Todo lo que cuento se sabe, o se intuye, desde el primer momento,
prácticamente. Y lo que no, es porque en la película tampoco termina de
explicarse o de mostrarse.
Una
joya, sin duda. De las más duras que se puedan hallar, pero una joya. Más tarde se hizo una versión de la cinta con actores reales, que no he visto, pero que difícilmente podría igualar el resultado de la original.
Allez-y,
mes ami!
Buenas
noches, y buena suerte.
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LO
MEJOR: la dureza y crudeza de su crítica. El apartado visual y el simbolismo.
LO
PEOR: algunos cabos sueltos de la historia que quedan sin explicación.
NOTA:
9/10. Una de las mejores películas de animación con las que vais a toparos en
vuestra vida. No la recomiendo si sois especialmente sensibles. Y si tenéis
hermanos pequeños… Es vuestra decisión correr el riesgo de verla o no.
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Tráiler (sin una sola palabra)
Tráiler (sin una sola palabra)
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