lunes, 25 de septiembre de 2023

Carretera perdida (1997)


Llega un momento en la vida de tode cinéfile en el que debe iniciarse en la filmografía del sultán del surrealismo mainstream, si es que existe tal cosa, David Lynch, y sacarse de una vez por todas el carné de pedante: es una prueba del tornasol que decidirá tu futuro, tus amistades, las fiestas a las que vas, y la calidad génica de tu progenie, tal vez. Yo me he enfrentado a su obra en contadas ocasiones, con resultado generalmente mixto: como con Joy Division, o Alan Moore, me tiende a gustar más la idea de Lynch que el contenido en sí: Terciopelo azul es digerible y pulida, pero algo dispersa; Mulholland Drive es una experiencia increíblemente atrapante cubierta de varias capas de ensueños opacos que me impiden ver mucho más allá de la superficie. Twin Peaks, o al menos la serie original que consumí en su día (igual hace ocho años, no cuando salió, que yo no era ni anteproyecto de cigoto) con delectación, me parece la telenovela más divertida que existe, pero hasta yo reconozco que cuando se pone intensamente paranormal no puedo más que asentir con la cabeza y dejar que pase un rato hasta que volviera a aparecer Catherine Martell disfrazada de inversor japonés, o lo que estuviera pasando en ese momento.