“Hemos tenido
suerte, los muertos no llegan a 200, pero cualquier día llegarán a 10.000 en
esas ratoneras. Y nosotros seguiremos jugándonos la vida y sacando cadáveres,
hasta que alguien nos escuche sobre cómo deben construir estas moles de cemento.”
Como
decía en su día Quixote al criticar El
topo, a veces pienso que no estoy capacitado para ser crítico de cine, ni
en este blog ni en ningún lado. Que soy la típica persona que intenta
defenderse a la hora de analizar y diseccionar películas, pero a la que jamás
elegirían desde el Festival de Cine de Berlín para invitarla como joven crítico
profesional durante una semana con los gastos pagados. Por poner un ejemplo así
al azar que se me ocurre.
Esta
cinta me pone ante una de esas ocasiones. Estoy convencido de que el valor de
una película viene dado por dos o tres cosas: su calidad per se, su influencia,
y su capacidad para envejecer. En los dos primeros casos, el valor de El coloso en llamas, está fuera de toda
duda (un legado de películas de catástrofes y tres premios Óscar de ocho
nominaciones lo avalan); ahora bien, en cuanto a su buen envejecimiento... ahí
no lo tengo del todo claro.