Jorge: ¡Hemos despertado! ¡Y la Fuerza también! ¡El lado oscuro! ¡Y la luz! ¡Drogas! ¡Unicornios! ¡La fiesta de la democracia! ¡Star Wars Episodio VII!
Adrián: Saludos a humanos y ewoks. Hemos decidido volver a las críticas conjuntas con la película más esperada del año. No en vano ha llenado las salas de cine de gente disfrazada armada con sables láser hasta tal punto de cabrear a Tarantino. Olviden las precuelas, olviden el romanticismo de Anakin y Padmé, a Jar Jar y a George Lucas. Un friki ha tomado la franquicia.
J: Olviden también, para ser justos, la espectacularidad de los duelos Jedi, o las complicaciones de un guión (al margen de lo bien o mal llevado que estuviera) sobre conspiraciones políticas y corrupción en el seno del gobierno. La nueva entrega que nos trae Abrams resucita, como ya hiciera con su fantástico reboot de la competidora trekkie, el espíritu más puro de la trilogía original. Con todo lo bueno que eso supone… y algunas cosillas no tan buenas. Pero cuéntanos, joven padawan, a qué nos enfrentamos aquí. Ahorremos, dicho sea, los spoilers, aunque con el hype que ha habido, dudo que lea esto nadie que no haya visto ya la película.
A: Tenemos ya de primeras a soldados imperiales disparando a civiles al mando de un sucedáneo de Darth Vader, que está buscando un mapa que indica donde está de retiro espiritual Luke Skywalker. Ese mapa está en el sucesor de RD-D2, la pelotita que habéis visto en los trailers que huye acompañado por Rey (una chatarrera de un planeta desértico), y Finn (un soldado imperial desertor) en el mismísimo Halcón Milenario. Mítica nave que provoca aplausos, pero no tantos como cuando Han Solo y Chewbacca lo recuperan y proclaman la famosa cita “Hemos vuelto”.