sábado, 18 de noviembre de 2023

Pipol in da House (Temporada 1, 2018)

La suerte sonríe a los valientes, dicen. Pues llamadme "trébol de cuatro hojas", porque hoy me sumerjo en algo que promete ser de lo más radioactivo que ha visto y verá jamás este blog. Recuerdo una época en la que reseñábamos series, grandes obras de esta nuestra edad de oro de la televisión, que tanto nos está durando: Breaking Bad, Shameless, Gravity Falls, Stranger Things, Narcos... Todas excelentes, verdaderos cúlmenes del arte de tenernos pegados a la pantalla del salón entre veinte y setecientos minutos (que es lo que estimo durará el capítulo final definitivo de las aventuras de Eleven y sus amigues).

Pero en algún momento, nuestro déficit de atención se fue acentuando. Instagram, Snapchat, TikTok, esos vídeos que comparte tu tía la facha en los estados del Whatsapp... clips muy breves, pensados para consumir de manera inmediata, como ese helado que como te distraigas un rato se te derrite y te deja las manos ahí, todo pegajosas. Incluso plataformas de streaming enteras han surgido para cubrir esa demanda, intentando proyectar en nuestras retinas ficción en formato corto, todas ellas fracasando en lo que dura uno de sus vídeos. Pero si por algo se conoce a El Corte Inglés, aparte de por el tatuaje que se hizo aquel friki yanqui, es por su sección de perfumería. Sí, su intento de capturar la imaginación del público con una serie para la generación Z tuvo un resultado igual de desastroso.

Hete aquí Pipol in da house, un título que en absoluto suena ya a los años del GAL. La sinopsis promete bastante poco, solamente ser "la primera serie en España para Instagram que muestra tendencias de moda a través del día a día de cuatro compañeros de piso". Es como uno de esos récords Guinness a "más número de pinzas enganchadas en el gaznate mientras un perro toca una de Shostakovich en un clavicémbalo". Probablemente te lleves el mérito de ser pionero, ¿pero a qué precio? ¿A QUÉ PRECIO?

Por suerte, los episodios duran menos de dos minutos, así que la exposición que se tiene al virus es bastante reducida: en el primero, conocemos a nuestra protagonista, Brisa, "la ESTRELLA" (interpretada por Brisa Fenoy, cuyo claim to fame es escribir la letra en español de "Lo malo", de Ana War y la otra), que ha tenido una experiencia tan terrible buscando piso que se resigna a compartirlo con tres imbéciles: Irina, "la TÍMIDA", con leves problemas de cognición e hipoacusia; Logan, "el BROMISTA", que cree que la voz de su cabeza es real; y Dante, "el POPULAR", a quien se nos presenta como traficante de aves protegidas. Son, presuntamente, interpretados por gente homónima y con experiencia en las lides del influencerismo (Irina sin ir más lejos es la pareja de uno de los grandes estafadores a la Agencia Tributaria de nuestro tiempo, El Rubius), pero puedo asegurar que mis ojos no se han cruzado con su cara en toda mi vida, lo que no sé si habla bien de mí y mal de ellos, o viceversa.

El caso es que Brisa quiere ser compositora, porque la ficción está sobrevalorada, noticia a la que el grupo reacciona como si hubiera confesado que su sueño es ser la cabra de la Legión: un silencio incómodo. El caso es que hay un quinto inquilino en la vivienda, quizá el verdadero cabecilla de la trama: un maniquí llamado Posturitas que, como propelido por una fuerza superior, se lanza sobre Brisa mientras está en la cama, un poco como Denny en The Room pero con más rango dramático. Que lo que quiere el Corte Inglés es vender ropa, no ganar un Ondas. Posturitas se nos presenta con un pañuelo de concursante de Supervivientes y una blusa flamenca, que es un outfit, desde luego. Brisa acepta de buen grado lo de compartir colchón, ajena a lo preternatural del moñeco. No sabe detectar una red flag, como por ejemplo que con quien te acuestes sea un ser inerte.

El drama no puede más que crecer en el siguiente capítulo, porque este sótano no tiene otro piso debajo. Si algo puedo decir bueno de momento es que tiene esto más cambios de vestuario que un concierto de Madonna, pero la parte narrativa es, diciéndolo suave, carente: Logan le hace ojitos a Irina, que llega para decir que se va porque ha quedado con un moderno; Logan no se siente achantado por esta potencial lucha de titanes, porque seguro que ese mindundi es totalmente incapaz de hacer 90 burpees en dos minutos (lo que por otra parte le situaría algo así como al doble de la plusmarca universal, para dar una idea de la hazaña). Brisa ameniza la sesión fitness con cuatro acordes de piano poco inspirados; quien menos los siente es Dante, que interviene únicamente para enchufarle unos auriculares a ver si deja de dar por saco, que hay gente que quiere comprar cotorras en la deep web en silencio.

Logan es imbécil, dicho sea de paso: es de esos youtubers de vídeos como "pago a una actriz para que finja odiarme hasta que le enseño un Ferrari que he alquilado por horas" o "sexualizo a mi novia en el thumbnail para a ver si rasco unas visitillas", y que para sorpresa de nadie ha derivado en criptobro, perdiendo el 90% de su base de usuarios en el proceso. Sin embargo, la sección de comentarios de Pipol in da House está invadida por su club de fans, para quien cada aparición de este anormal es mejor que una aparición del arcángel Gabriel. Su papel de graciosete inicia el tercer fascículo de este catálogo de Primavera: dice que quién se apunta a su graduación, y efectivamente se refiere a que le calibren de la hipermetropía, porque a veces el humor es simplemente darse cuenta de que hay palabras que significan dos cosas, concepto que generalmente se descubre a los seis años con la fotografía de una "polla de agua" en el libro de Conocimiento del Medio. 

Y por cierto, ¿los modelitos? Una mierda: aquí Logan lleva un sombrerito absurdo de Luffy del que dudo se haya vendido más de un ejemplar, Irina nos asombra con una camiseta que parece más una prueba de impresión que un ítem a la venta, Brisa decide que su personalidad sea "chaleco con print de lámpara de lava" pese a que es el tipo de prenda que se pone uno para pintar el techo de su casa y Dante va haciendo cosplay de heterosexual. Al menos se arreglan para ir a la falsa ceremonia, pero los guionistas se olvidan de la invitación de Logan, que aparece con unas gafas a lo Top Gun y con un esmoquin canadiense, imagen viva de la elegancia, ahora confuso porque todo el mundo va como para ir una boda. No lo dice, pero este episodio va patrocinado por la Asociación de Afectados por la Amnesia Anterógrada.


La cosa es que sabemos cuál es el rollo de Brisa, conocemos la bajísima tensión sexual, indetectable por cualquier multímetro, de Irina y Logan... ¿pero y Dante? En el cuarto episodio nos da una escena de humor físico al nivel del mejor Buster Keaton cuando intenta superar los restos del síndrome de Diógenes de sus compas mientras hace lo que mejor se le da al personaje: largarse cuando empieza cualquier conato de acción. Son veinte segundos de brega con la basura, un diez por ciento del episodio: proporcionalmente, es como si dedicaran cinco minutos de Breaking Bad a Hank intentando encajar una llave en una puerta. Pura calidad. Dante no vuelve a aparecer, ni para ayudar con la agravación de la situación higiénica del hogar ni para actualizarnos sobre su entrevista de trabajo. Brisa también se escaquea, no la excuso, para tocar la guitarrilla en el trastero durante otro interminable medio minuto; al cambio, de nuevo, es como si en Breaking Bad hubiera una trama en la que Hank ve la primera temporada de Pipol in da House en su integridad.

Por suerte, para el número 5 se dan cuenta de que la verdadera forma de conectar con la juventud es hablar de Eurovisión, o Eurofiestón en su versión libre de demandas judiciales. La muchachada baila con una alegría impensable en 2023 una canción de Rusia (Dante, cuyos pájaros le dictan el futuro como a Varys, lleva en la cara pintados los colores ucranianos... y una camiseta que reza "pa' fuera lo malo", que probablemente iba estipulada en el contrato de Brisa), y ni siquiera es eso lo que peor ha envejecido, porque hay un cameo de Barei. ¿Barei? Sí, aquella representante española de la que todo el mundo se olvidó a los quince segundos de terminar su actuación, pero a la que aquí tratan con una reverencia que se debería reservar para los premios Nobel, o Taylor Swift. La cantante termina a que se reproduzca "griterío_enfervorecido_2.wav" para reconducir su mirada perdida y colarse en la verbena ante de hacer unos increíbles pasos de baile o insultar a alguien en lengua de signos, no lo tengo muy claro. Tan virulentos son esos movimientos que Logan se autolesiona, con moviola incluida, al replicarlos, porque la psicomotricidad la lleva igual que todos los demás aspectos de su ser: mal.

Pero hasta este lumpen, como prueba el sexto anuncio, tiene secuaces a los que inducir a un lento suicidio, como ese extra de gorra al bies que se atiborra de donuts y sufre una intoxicación alimentaria, presumiblemente por instrucciones del ganso de Logan, que sigue haciendo gala de su carcinógeno humor random gritando a deshoras o girando como una peonza. Por una vez, sin embargo, es Dante quien brilla, recitando una interminable lista, más larga que la de agarres de Chris Jericho, de "razones por las que no ir de acampada", porque hasta cuando el foco está sobre su bronceada faz él insiste en impedir que suceda algo potable. Si por él fuera esto sería cine abstracto, algo de Michael Snow, un zoom de tres cuartos de hora a una mancha de gotelé mientras suena una onda seno pura. No puede ser, porque la presión grupal hace que Dante abandone la zona de confort y se lance a una aventura, una palabra que es su kriptonita. A su marcha, el innombrado con gastroenteritis reaparece para beneficiarse al maniquí y exhibirse como un fetichista de los tobillos, que es lo que entiende esta serie que necesitaba el personaje para ser tridimensional.

Quedan dos sesiones de esta trepanación audiovisual: la séptima encuentra a nuestros héroes debatiendo a qué festivales ir este verano. ¿El ChachiFest? ¿El Super Summer Wonderland? ¿La romería de la Virgen del Soponcio? ¡Todos, todos ellos! Tras elipsis, se arrepienten de su maratón estival, como cualquiera que ha tenido que pasar un mes defecando en un WC portátil... menos Dante, para quien ser privado de sus derechos básicos a cambio de poder presenciar a Arde Bogotá seis veces en seis provincias distintas es un sueño hecho realidad. ¿Es este el mismo hombre que se negaba a dormir en una tienda en literalmente el episodio anterior? Imbécil de mí pedir coherencia a estas alturas, pero un poquito de por favor. Un quinto infiltrado, el amigo que nadie reconoce haber hecho en algún descampado durante un show de DJ Marta, se cuela en el piso, incomprensiblemente también maquillado con la bandera de Ucrania en los pómulos. Quizá haya un significado más profundo, pero media docena de entregas de esta mini-miniserie me impiden completar las sinapsis que me permitirán descubrirlo.

Uno más, el último: las ideas ya brotaban de las sagaces mentes de los guionistas. Un voiceover como de Meredith Grey nos habla de uno de los grandes dilemas del primer mundo, el irse de vacaciones; pronto averiguamos que es el equivalente mexicano no sindicado de Siri, Suri. Esta IA es el mejor personaje de lejos, dedicándose íntegramente a insultar a todas las personas de la habitación. ¡Tu maqueta es una mierda, Brisa! ¡Vete a Vladivostok y no vuelvas, Dante! A Logan no lo increpa porque entiendo que no le merece ni la pena. Irina, la ama y señora de Suri entendemos, da a conocer una presunta mala noticia: que tiene que abandonar el piso porque tiene una oferta de trabajo en el extranjero. Logan se toma eso como una ofensa personal: ¿qué es eso de ganarse la vida ni qué niño muerto? Haz como yo, abalánzate de cabeza sobre el tráfico de la A-4 y una de cada diez veces te indemnizarán (al quinto traumatismo craneoencefálico ya ni lo notas, jurado). Total que el energúmeno propone la mejor idea que sus contadas neuronas pueden pergeñar para convencer a Irina de que se quede: una fiesta espectacular, en la que nadie deposita ninguna confianza. Por suerte, Dante tiene una lista de invitados que ríase usted de la Met Gala (por qué está explícitamente Posturitas, que vive allí, es un misterio insondable también). Por casi segunda vez, en lo que ya por iteración es un gag, nos vamos a créditos (o el equivalente aquí de los mismos, que son fotos en las que los actores miran a cara con expresión vacua, como sin alma, luciendo la aséptica ropa que les han puesto) con Dante enumerando cosas hasta que alguien se cansa, en este caso la propia serie de existir.

¡Falsa alarma! Hay una segunda temporada. La insistencia de las stans de Logan hizo que no tuvieran que esperar nada más que un verano para volver a ver su serial favorito, aunque con ausencias notables. Pero esa es una historia para otra ocasión. Hasta que la cuente, si tenéis mono de Pipol podéis tener una experiencia similar yendo a la tienda online del Corte Inglés mientras os ponéis de fondo ruido blanco. ¡De nada!

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