lunes, 25 de septiembre de 2023

Carretera perdida (1997)


Llega un momento en la vida de tode cinéfile en el que debe iniciarse en la filmografía del sultán del surrealismo mainstream, si es que existe tal cosa, David Lynch, y sacarse de una vez por todas el carné de pedante: es una prueba del tornasol que decidirá tu futuro, tus amistades, las fiestas a las que vas, y la calidad génica de tu progenie, tal vez. Yo me he enfrentado a su obra en contadas ocasiones, con resultado generalmente mixto: como con Joy Division, o Alan Moore, me tiende a gustar más la idea de Lynch que el contenido en sí: Terciopelo azul es digerible y pulida, pero algo dispersa; Mulholland Drive es una experiencia increíblemente atrapante cubierta de varias capas de ensueños opacos que me impiden ver mucho más allá de la superficie. Twin Peaks, o al menos la serie original que consumí en su día (igual hace ocho años, no cuando salió, que yo no era ni anteproyecto de cigoto) con delectación, me parece la telenovela más divertida que existe, pero hasta yo reconozco que cuando se pone intensamente paranormal no puedo más que asentir con la cabeza y dejar que pase un rato hasta que volviera a aparecer Catherine Martell disfrazada de inversor japonés, o lo que estuviera pasando en ese momento.


Total, que hoy vamos a por Carretera perdida, una de sus películas más aclamadas (dentro de que todas lo son, salvo Dune y los cortos esos raros que hace con cuatro globos y una goma Milán). Todo lo que conozco de ella promete perversión, oscuridad, y un argumento de esos con cuatro nudos Windsor que habrá que tomarse por lo menos un vermusito para entenderlo. ¡No hay que perdérselo!

Tras unos créditos vertiginosos, ya no solo por su carretera infinita y tenebrosa, ni por la siniestra canción de Bowie, si no por los alocados nombres que prometen aparecer en la película (¿Henry Rollins? ¿Richard Pryor? ¿GARY BUSEY?... claro que después de ese inmenso Billy Ray Cyrus en Mulholland, todo es normal), nos llaman al telefonillo: "Dick Laurent ha muerto", porque donde sucede esta peli no tienen sección de esquelas en los periódicos, te tienen que venir a casa a avisarte. A Fred (Bill Pullman) esta noticia le levanta cierta suspicacia que quizá compartamos en algún momento, pero de entrada desde las estrechísimas ventanas de su horrible casa de hormigón armado no se ve quién ha podido ser el pregonero en cuestión. Ya tenemos intriga.

Fred es saxofonista de club nocturno que suena como su estuvieran atropellando a una cuadrilla de babuinos, que hace a Albert Ayler parecer Lester Young, y tiene una mujer, Renee (Patricia Arquette), que debe tener la ferritina baja porque va como lánguida. Una buena mañana uno de Seur sin mucho aprecio a su trabajo les deja en el descansillo un VHS sin remite: dice Renee que debe ser la inmobiliaria porque solo sale la fachada de su casa, haciendo gala de ese sentido del humor que mantiene la llama de su relación viva, pero no mucho: algo no debe de ir muy allá cuando en las escenas de sexo suena tanto intervalo de tritono y tanto This Mortal Coil, y él acaba con una cara como si viniera del desembarco de Normandía. En el post-coito él le cuenta que soñó con una señora que se le parecía y cuando se despertó Renee tenía la mismita cara del Conde Draco. Fundido a negro y van cinco o seis en cuarto de hora.

La suscripción a Blockbuster les proporciona otra cinta de vídeo, y se les atragantan las palomitas cuando esta vez se ven a ellos mismos durmiendo en la cama, que ya empieza a ser un poco terrorífico. Los agentes de policía no se lo toman particularmente en serio, porque llegan y cuestionan todo: "¿pero cómo sé yo que esta casa es de usted? ¿qué champú usan? ¿a qué hora pasa el 54?" y cosas así. Claro que no les falta del todo razón, porque Fred tampoco le tiene apego a la seguridad doméstica: no tienen cámaras porque "prefiere recordar las cosas así como le van viniendo" y han desactivado las alarmas porque sonaban todo el rato, y así no hay quien duerma la siesta. Alguien tiene aquí una doble vida, o unos brotes de asma, o algo así.

Digamos que la peli es lineal: en ese caso, justo después de esta amenaza invisible, la parejita decide ir a una soirée que ya iba apeteciendo, que no nos quite las ganas de salir un allanamiento de morada. El anfitrión ha tenido a bien invitar al señor con la cara del Conde Draco, interpretado por Robert Blake, actor secundario de lujo y último marido de una señora llamada Bonny Lee Bakley de la que quiero hablar un poco porque tela: se casó diez veces, una de ellas con un ministro baptista que reclamaba tener el récord de matrimonios monógamos (31, nada menos), convirtiéndolos durante un rato en los Beyoncé y Jay-Z del casarse. Una cazafortunas de renombre, que operaba un negocio de anuncios de contactos y que presuntamente actuaba de madame de su propia hija mayor, vio su fin al ser disparada en el asiento del copiloto del Dodge de Robert Blake, que fue a priori absuelto de asesinato pero declarado responsable de su muerte en un juicio civil, como O.J (cuya historia, de hecho, inspiró Carretera perdida). Por desgracia, la película no va de la fascinante vida de Bonny Lee, así que tenemos que continuar.

Draco le cuenta a Fred que, aunque esté delante de él ahora mismo, está también en su casa (quizá se refiera a sus cejas, que desde luego no las lleva pegadas a la cara). Es de lo más siniestro, pero Fred le da cancha, tal vez pensando que solamente es un tipo peculiar que ha consumido algún tipo de alucinógeno ilegal. Draco le dice que llame a su teléfono fijo que ya verás que risa, y va Fred y lo hace: obviamente, es la voz de este tipo espectral la que responde: en lugar de defecarse encima, la reacción del saxofonista es como si le hubiera sacado un euro de la oreja un señor disfrazado de mimo. La conversación termina entre risitas siniestras y el pavo se va, con la misión cumplida de haber inquietado muy ligeramente a nuestro amigo el impasible. Le cuentan que el vampirito es amigo de Dick Laurent, del que sólo sabemos que ha muerto. Fred está igual de confuso que nosotros, por lo menos.

Voy a frenarme en cuanto a nivel de detalle porque tampoco hace falta narrar cada delirante escena. La cosa es que un tercer vídeo muestra a Fred revolcándose sobre el cuerpo descuartizado de Renee, y nos transportamos de un flashazo a verle caminando por el corredor de la muerte, encarcelado por este crimen que, de alguna manera, ha sucedido. Qué parte de todo lo anterior es real y qué parte no es una pregunta que pierde todo el sentido cuando, tras unas cuantas pataletas en el patio de la prisión y un amago de ictus que le lleva a ver visiones varias, Fred hace un Ponte en mi lugar con Pete (Balthazar Getty), un mecánico con cierto pasado turbio pero inofensivo: el alcaide no sabe muy bien qué es lo que ha pasado pero, manteniendo la compostura ante lo inexplicable como hacen el resto de personajes, lo deja libre a cargo de Gary Busey, o sea que la verdad igual estaba más seguro entre rejas.

Pete lleva una aburrida vida en los suburbios, villanos en buena parte de la filmografía de Lynch, hasta que los colegas se lo llevan de juerga a una bolera que hace las veces de discoteca donde ponen a los Smashing Pumpkins los jueves noche. Un día aparece por el taller Mr. Eddy (Robert Loggia), un jubilado que se ve que tiene poder porque pone la voz ronca y chasca los dedos muy fuerte. Se lleva a Pete a dar una vuelta para que le haga un chequeo en ruta, que le suena un poco la junta de la trócola. En el trayecto Eddy decide aprovechar el beneficio que aporta tener un mecánico a bordo y se pica con otro conductor, por temerario, que se lleva un parachoques abollado y una lección de seguridad vial de valor incalculable. A cambio de su ayuda Eddy también le da a Pete una cinta, pero esta es Fue a por trabajo y le comieron lo de abajo III, así que el chaval se niega porque prefiere el dinero en efectivo la verdad. Unos testigos de la escena nos desvelan que en realidad Eddy es Dick Laurent, cerrando un círculo y abriendo otro exactamente igual.

Al día siguiente, Eddy vuelve a aparecer con Alice, que también es Patricia Arquette, solo que ahora es rubia: es probable que David Lynch sólo haya visto Vértigo en su vida. Suena Lou Reed lo que significa que Alice y Pete se van a enrollar más pronto que tarde, mucho más pronto de hecho porque un taxi deja a la querida del señor Eddy a los pies del establecimiento de chapa y pintura, vestida como para ir a la ópera, invitando a cenar al joven pipiolillo. Sea Alice o Renee parece que la anemia la llevan de fábrica, pero tarda diez segundos en hacer que Pete supere sus temores iniciales a incomodar al intimidante adalid de la calma al volante y pase directamente a meterle la mano debajo de las bragas. Los dos observadores que nos indicaron la doble identidad de Eddy/Dick Laurent llevan un rato siguiendo a Pete, adictos a su más que vivaracha vida sexual, pero aún desconocemos sus intenciones más allá de hacer comentarios jocosos cada vez que ven a alguien mojar el churro.

Alice y Pete están como conejillos, disfrutando de este romántico affair que empezó, como empiezan las mejores relaciones, con un cambio de neumáticos. Una única noche en la que no pueden verse y ya Pete empieza a subirse por las paredes, a hacerse uno con las polillas atrapadas en su plafón, a escuchar metal industrial en su cabeza, hasta que recuerda que tiene un segundo plato que comerse, que tiene a sus dos followers echando humo ya. A Eddy se le hinchan los ganglios al final y va a hacer una visitilla a Pete, en la que le viene a decir "a cuento de nada, pero si me entero de que alguien se enrolla con mi chica le hago una colonoscopia con el Colt .45", que el mecánico recibe con el rostro de una estatua etrusca. Alice está más preocupada, y decide que la solución a sus problemas sería robar a un proxeneta y huir a Cancún. La idea no es muy allá, pero la reacción de Pete es un impagable "PERO BUENO PERO BUENO DE QUÉ CONOCES TÚ A ESE SEÑOR", ignorando por un segundo que conoce a esta muchacha de hace quince minutos. El caso es que lo conoce de una entrevista que acabó con ella despelotada a punta de pistola pero en plan de buen rollo al final todo, que se dieron los teléfonos.

Entre tanto, todos los allegados de Pete le llevan notando raro un tiempo, aproximadamente desde el día en el que una transmutación le llevó al interior de una celda sin tener él memoria alguna de lo acontecido. Tampoco es que les reconcoma demasiado, a decir verdad, pero ya sabemos que en esta película nadie se toma a pecho ni las amenazas de muerte ni las teletransportaciones, que ya uno se espera cualquier cosa de esta perra vida. Están todos de vuelta de todo. Pete sólo se caga cuando habla por teléfono con el Conde Draco, que se le echaba en falta ya, que dice cosas así un poco para amedrentar pero todo así como muy vago.

¿Significa eso que lo de desvalijar al chulo lo dejamos para otro día? Qué va, Pete no es amigo de procrastinar y accede a su casa, donde se proyecta un vídeo porno donde Eddy se beneficia a Alice en una tonalidad azul como muy jazz, aderezado con un poco de Rammstein de fondo que siempre alegra los corazones. Cualquier otra persona hubiera salido despavorido de aquello, pero no Pete: el plan es el plan, y el estacazo que le sacude a Andy (que era el anfitrión de la fiesta inicial donde Fred conoce al Conde Draco, cosa que he pasado por alto mencionar porque a estas alturas quién sabe lo que es real, ficticio, importante o absurdo) es de justicia, aunque lo deja lo suficientemente coleando como para reaparecer engorilado otros dos segundos, antes de salir propelido como un misil intercontinental contra el pico de una mesa en una maniobra rollo Mascarita Sagrada. De ahí ya no se vuelve a levantar. Alice que estaba por allí semidesnuda como señuelo se lava las manos y dice que toca irse yendo, pero con una parsimonia gloriosa.

Una foto en el salón muestra a Alice y Renee, ambas dos, y a Pete se le desintoniza el cerebro de la desazón. La película empieza a atar cabos que no sabías ni que estaban sueltos: la carretera sin final, la cabaña en llamas a la que conducen, la repetición de "Song to the Siren"... Todo preparado para un épico clímax como del que disfrutan Pete y Alice ahí, en el mismo desierto, que se te mete la arena en el bullate y todo, es incomodísimo. Tras la coyunta, Alice desaparece dentro de la cabaña, Pete vuelve a ser Fred una vez más, y aparece el Conde Draco, que anuncia que todo era un programa de Gente maravillosa y se pone a perseguirle a ritmo pachorrón cámara en mano.

Fred va a parar a un motel donde pilla a Renee, esta vez sí, con Mr. Eddy en mitad de la faena, así que coge y se lo lleva a un descampado para practicarle un afeitado muy apurado al hombre, no sin que antes el Conde Draco le ponga un videoclip de Marilyn Manson, que la verdad es lo último que me apetecería ver antes de morir. Draco le susurra algo a Fred al oído, que se escabulle para... chan chan chan, avisarse a sí mismo al principio de la película por el telefonillo de que Dick Laurent se ha muerto, justo antes de emprender una persecución con la policía y gritarle al abismo mientras muta en Sylvester Stallone y la película termina por su propio peso.

¿Qué hemos presenciado? Estaría bien saberlo. La película tendría una trama bastante simple, narrativamente hablando, si no fuera por el palo en la rueda del maldito Pete, que la escena en la que la policía investiga la casa de Andy nos asegura existe de verdad y no es simplemente una elucubración de la mente destruida de Fred, como apuntan la mayoría de las teorías que encuentro. O tal vez sí lo sea. La explicación más obvia es que a Fred se le ha ido la olla y ha matado a su mujer tras, probablemente, descubrir una infidelidad; luego, los analistas más tibios argumentan que todo lo demás es una visión que tiene el protagonista mientras fallece en la silla eléctrica, cosa que no me disgusta, como tampoco la teoría de que Conde Draco (en el canon el "hombre misterioso", pero llega muy tarde eso) es realmente su consciencia, la que le persigue constantemente con la "verdad". Pero qué sé yo. Puedo vislumbrar que hay temas de Lynch que se empiezan a repetir incluso en mi corta exploración por su obra: el jovencito inocente arrastrado a un mundo oscuro por una mujer, la falsa apariencia de paz de los suburbios, las ubicuas cortinas rojas... 

Y es que es Lynch, al fin y al cabo. Yo le quiero mucho, aunque no lo entienda. Es como la señora del "imodaba", pero con mejor tupé. Seguiré navegando por su psique a mi ritmo, aunque me confunda mucho más de lo que me entretiene.

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