- Morir arruinado, alcohólico y heroinómano a los 34 no es exactamente mi idea del éxito.
- Prefiero morir alcohólico y arruinado a los 34 y que hablen de mí en una cena que vivir rico y sobrio a los 90 y que nadie recuerde quien fui.
- Prefiero morir alcohólico y arruinado a los 34 y que hablen de mí en una cena que vivir rico y sobrio a los 90 y que nadie recuerde quien fui.
Escribo esta crítica apesadumbrado y superado por esta película. Para bien y para mal. No conozco personalmente a Damien Chazelle, pero aprendería el mejor y más fluido francés sólo para intercambiar más de una opinión con él sobre el título del que todo el mundo habla, y muy bien. Y no es para menos, porque Whiplash es una película filmada con un mimo exquisito, unas actuaciones soberbias y un guion sobresaliente.
Y aquí, donde me veis, la odio profundamente. Sí, gentes de bien, odio esta película hasta la extenuación, y probablemente la odie más por cada día que pasa. ¿Merezco morir? En cuanto a gusto cinematográfico, probablemente sí, pero todo tiene una necesaria explicación acompañada de SPOILERS a cascoporro, así que, por primera vez y sin que sirva de precedente, voy a destripar la película de arriba abajo (especialmente su final, que es la clave) para poder justificarme de forma meridiana. Sobra decir que si no habéis visto aún la cinta (MUY recomendada), seguir leyendo sería un grave error por vuestra parte.
Andrew Neiman (Milles Teller) es un joven tímido, tranquilo y con una vida más o menos normal. No le gusta salir, acompaña a su padre (fracasado escritor de literatura) al cine de vez en cuando y, lo más importante, estudia percusión en el elitista y exigente Conservatorio de Música de la Costa Este. Su talento es innegable, y Andrew aspira a lo máximo en esta faceta. Todo cambiará para este baterista cuando Terrence Fletcher (J.K. Simmons), director del mejor conjunto de jazz del centro, lo escoja para formar parte de su orquesta. A partir de este momento, la vida de Neiman dará un giro de 180 grados, tanto psicológica como profesionalmente... pero no en el mejor de los sentidos, precisamente.
Y es que el señor Fletcher es, como profesor, un auténtico monstruo con un talento descomunal y unos métodos de enseñanza que rozan lo enfermizo, pero que siempre buscan sacar el máximo de sus alumnos. Ahí reside en conjunto la premisa de la película, pues somos absorbidos durante una hora y tres cuartos en el brutal e insano proceso de transformación por el que pasa Neiman. Los abusos de Fletcher son obvios y terribles desde el principio (tantos físicos y psicológicos), y el joven, a pesar de todo, tiene muy claro que su sueño es el de ser baterista de jazz de primerísimo nivel, esforzándose hasta límites insospechados (con ensayos en los que sus muñecas sangran a borbotones) y borrando todo rastro de su pacífica personalidad, que a partir de ahora se volverá arrogante y desenfadada, hasta el punto de apartar a sus seres queridos de su lado.
En este aspecto, hay que destacar los pocos pero cercanos humanos de los que se rodea Neiman, que son:
-Su padre, con el que tiene una relación cordial, pero a la vez monótona y aburrida. La película busca justificar el modo en que el joven se aparta de él mostrando a su progenitor como un hombre conformista, apegado a la tradición y sin ideas, que desde que fue abandonado por su mujer no volvió a ser el mismo.
-Su novia, con la que le vemos durante la primera parte de la película. La timidez de Neiman le impide llegar a poder hablar con fluidez con esta joven, que trabaja en el puesto de palomitas del cine al que asiste regularmente con su padre. Cuando Fletcher le mete en su orquesta, Neiman se siente capaz de todo, hasta el punto de pedirle salir con ella de buenas a primeras. Y la chica, que es un encanto, acepta, lo que unido a su lealtad y a la tendencia del joven de mostrarse tal y como es ayudan en el proceso. El problema surge cuando los abusos de Fletcher llevan al protagonista a un problemático nivel de narcisismo y autoperfeccionismo con tal de superar sus límites, lo que acabará llevándole a ser honesto por última vez para decirle a su chica que, debido a su amor por la batería y el jazz en general, no tiene más remedio que dejarla, ya que supone un impedimento a alcanzar sus metas. Aquí, la cinta muestra a la novia de Neiman como una persona indecisa y con un futuro nada claro, lleno de dudas acerca de ir a la universidad que contrastan con la seguridad del protagonista en conseguir su éxito profesional.
-Familiares con cerebro de mosquito. Los he autobautizado así porque, a pesar de salir únicamente en una escena, los parientes de Neiman (tíos y primos) son una de las causas más claras que llevan al joven a manifestar un comportamiento tan rebelde como contestatario. Estos lumbreras piensan que la clave del éxito reside en las grandes actuaciones de sus retoños en el fútbol americano amateur, mientras nuestro protagonista (y no se cortan ni un pelo en decirlo) pierde el tiempo de forma poco inteligente en la percusión y la música en general. Por idiotas como estos, la película podría tener justificación en cuanto a sus métodos y mensaje, pero no... sencillamente no. Otra cosa es que es cierto que existe mucha gente como esta, que desprecia las bondades de la educación musical (y más de la percusión, conjunto de instrumentos MUY difícil de tocar) y se escudan en tópicos estúpidos que merecen una contestación como la que les da Neiman: poco educada y claramente arrogante, pero con la que no se puede quedar más a gusto. Podéis verla bajo el póster de la peli al principio de la crítica.
-Los acompañantes percusionistas. Neiman empieza en la orquesta de Fletcher como batería reserva, pero el profesor, en su cruel y ambicioso plan, asigna al joven como primer batería tras un incidente que deja al anterior por los suelos, sólo para reemplazarlo después por otro nuevo, con el único propósito de alentar aún más su locura y su perfeccionismo, creando una peligrosa e insostenible competitividad. Neiman acabará, evidentemente, muy mal con ambos.
Vistos los puntos de vista de todos los implicados, llega el momento de centrarse en el más importante: la relación entre Neiman y Fletcher. El plan del director es maquiavélico a decir basta, como hemos podido ver en cuanto al incidente con el resto de baterías, pero aún hay más. Cuando he mencionado al principio de la crítica los abusos físicos y psicológicos no me refería a simples "caricias" o a algún comentario despectivo puntual. Fletcher, con todo el respeto del mundo, es un hijo de la gran puta de la peor calaña, una persona ruin, infame y que no tiene ningún reparo en destrozar vidas ajenas con tal de concebir al próximo Mozart del jazz. Un sargento Hartman de la música al que todo el mundo alaba y obedece ciegamente por miedo a represalias o a trastornos mentales varios.
Me parece genial, todo hay que decirlo, que J.K. Simmons haya sido capaz de crear a un personaje como este. Su interpretación, además, es muy loable (aunque dudo que se lleve el Oscar). Pero todo tiene un límite, al menos para mí. Llámeseme blando, poco soñador o carente de buen gusto cuando creo que un hombre que lleva, literalmente, al suicidio de una persona (otro alumno que tuvo antes de Neiman) debido a los muchos padecimientos de sus ensayos y que, después de sentirlo durante cinco minutos, miente al resto de la orquesta sobre el motivo real de su muerte (accidente de coche) y continúa con sus métodos nazis sin inmutarse un pelo, es un ser repugnante. Quizá su sistema funcione, quizá encuentre de verdad a su talento escondido... ¡pero a qué precio! ¿Desde cuándo la vida humana, la salud mental y las emociones valen tan poco con tal de triunfar y ser el número 1, señor Chazelle?
En cuanto al calvario de Neiman, qué os voy a contar que no sepáis ya los que habéis visto la peli: ensayos durísimos y sangrantes (literalmente... cualquier batería que vea esto no va a querer ingresar en un conservatorio elitista en su vida), bofetadas sin ningún tapujo repetidamente, denigración personal infame... (hasta el punto en el que el bueno de Fletcher, en un alarde por presentarse como un tío majo, pregunta a Neiman por su familia, a lo que el joven le cuenta sus problemas sin percatarse que el profesor los utilizará para humillarle aún más). Quizás lo que busca enseñarle Fletcher al joven es que en boca cerrada no entran moscas. Otra cosa es que de la suya no salgan precisamente palabras de afecto.
Con todo, la desesperación del protagonista se desata cuando llega el momento de actuar para el jurado que otorga prestigiosos premios a grupos orquestales de jazz. Neiman, que ya ha alcanzado un punto de no retorno, ama más la batería ya que a su propia vida, y queda demostrado cuando el bus en el que viaja pincha su rueda. Consciente de que no llegará a tiempo al concierto, el joven alquila un coche con el fin de poder tocar. Acaba llegando tarde y perdiendo su puesto, pero su soberbia y despecho no le permiten conjugar la palabra fracaso y, enfrentándose a Fletcher, vuelve a por sus baquetas, que se había dejado en la tienda en la que alquiló el coche, no sin antes prometer que tocará sí o sí en la gran cita. Y a medio camino, ya fuera del mundo real y pensando únicamente en su triunfo, se salta un ceda y su coche es arrollado por un camión (oh, the irony). ¿The End?
¡Ni en broma! Neiman sale del coche a pesar de las advertencias del otro conductor implicado en el accidente y, malherido y ensangrentado, llega al escenario y se dispone a tocar, pero su cuerpo dice basta. Hace el ridículo y Fletcher, que no conoce el significado de la palabra piedad, le sentencia: "Estás acabado". Y el prota, que ya ha tenido suficiente, se lanza a por él dispuesto a darle la paliza de su vida, siendo sacado del escenario por el resto de músicos, que ven, con gran pena, en lo que se ha convertido su compañero de atril.
Ha pasado el tiempo tras este lóbrego incidente. Neiman ha declarado de forma anónima contra Fletcher por el incidente con el alumno que se suicidó, haciendo que el Hartman del jazz sea expulsado del Conservatorio, y ha abandonado su batería, parece que para siempre. Es el momento de volver a su monótona rutina y su embarazoso y humillante trabajo en una hamburguesería (con todo el respeto para los que trabajan en tiendas de hamburguesería o vendiendo palomitas, pero Damien Chazelle piensa que no deberíais haber nacido). Una fatídica noche, observa que Fletcher toca en un garito de mala muerte y ambos hablan de la vida y de la fugacidad del tiempo como si nada hubiera pasado. Fletcher, que ha vuelto a reunir a una orquesta, acaba convenciendo a Neiman para que vuelva a tocar para él en un importantísimo evento en el que, si todo va bien, podría acabar aspirando a cotas muy altas.
Neiman vuelve a tener ilusiones, pues. ¿Todo bien, no? Bueno, casi, porque acaba acordándose de pedirle perdón a su ex y preguntarle si quiere verle en directo... lástima que la chica haya sentado la cabeza y encontrado a alguien que la respete de verdad. Pero no pasa nada, Neiman, ahora podrás hacer el amor con tu batería a todas horas y susurrarle poemas de amor a los platillos.
Llegamos por fin al clímax y a la vez desenlace de este laberinto jazzístico. Y no os lo vais a creer, pero... ¡Fletcher sabía que Neiman era el denunciante anónimo! Y, en un acto de venganza repulsiva sin paliativos, priva al protagonista de las partituras de las piezas que iban a tocarse originalmente, humillándolo hasta la extenuación ante el público más sofisticado de la ciudad. Fletcher, a fin de cuentas, ha ganado. Mala suerte, hay muchos cabrones sueltos por el mundo y fiarte dos veces de tu peor enemigo es un error de parvulario. Pero Neiman no está dispuesto a que su historia acabe ahí.
Tras abrazarse consternado con su padre, recurre a su orgullo para bien, por una vez, y está dispuesto a vencer a su mentor con sus propias armas. A partir de ahí, los últimos 6-7 minutos de película nos dan el solo de batería más espectacular de la historia, una escena dirigida de la forma más impecable posible y que mantiene al espectador en vilo hasta que se acaba. Neiman triunfa a base de superar sus miedos, de creer en sí mismo y de demostrarle a su repelente maestro, que mira horrorizado como el chico toma todo el protagonismo sobre el escenario, de qué pasta está hecho. Y justo cuando el solo está apunto de acabar, ambos intercambian sus miradas. Y sonríen. Y son felices, y Fletcher da su visto bueno a su obra, orgulloso, porque niños, que quede claro que el maltrato en cualquier escala, la humillación, la crueldad, la explotación y la destrucción del alma humana valen la pena si queréis ser los mejores en algo en esta vida. Al resto nos pueden dar por culo, porque nunca seremos capaces de llegar a tanto. Blandengues, conformistas e ilusos, nos vendría bien una buena ración de J. K. Simmons para ser personas Top. Para ser Andrew Neiman.
No es el ensalzar el esfuerzo lo que más me fastidia de la fábula de Chazelle, ojo. Me parece, de hecho, fascinante como Neiman se abre paso en su mente para activar su chip y ser el mejor. Lo que me molesta es que el mensaje de la cinta resida en que, si quieres ser el mejor, el contrato exige el narcisismo más despreciable en lo personal y el sufrimiento más implacable en lo profesional. Entended lo que quiero decir: es evidente que todo en la vida cuesta y que todo el que quiere algo debe sufrir y esforzarse al máximo para ello, pero eso no quiere decir que tengas que apartar de tu lado a los que, de forma distinta desde la óptica del perfeccionismo, son diferentes a ti. El padre del protagonista, por ejemplo, quiere a su hijo y evidentemente busca lo mejor para él a su manera. Se preocupa y, aunque de forma más vaga, intenta buscar una conexión entre ambos que choca con el brusco cambio de comportamiento del joven. Es evidente que hay padres mejores, pero la película busca tildarle de inútil buenazo en todo momento cuando es una persona más, cuyo único delito es haber fracasado en un propósito.
Pero como para Chazelle el fracaso significa haber nacido con deficiencia mental, los grandes triunfadores de la cinta son Neiman, porque su destrozo físico y neuronal ha obtenido sus frutos, y Fletcher, porque haber llevado a la muerte a un alumno (y casi a un segundo), y humillado y machacado hasta la saciedad a su último talento en bruto le ha valido crear a un nuevo Buddy Rich. La música, supongo, es eso: competitividad malsana, destrucción interior, baquetas ensangrentadas y una conciencia limpia tras haber perpetrado actos de la peor calaña.
¡No, rayos, mil veces no! ¿Estás buscando decirnos que la dedicación exhaustiva y milimétrica a tus sueños, hasta un punto en el que pongas tu salud física y mental en peligro y te vuelvas un desecho andante merece la pena? ¿Qué mensaje pretendes darnos, película? ¿Qué mensaje pretendes darles a los músicos que hoy estudian con tesón en conservatorios con sueños grandes por delante? ¿Este? Es evidente que Fletcher dice una verdad puñetera llegado un cierto momento de la peli (no hay dos palabras más dañinas que 'Buen trabajo'), pero eso no quiere decir que esa máxima valga para todo el mundo. Hay talentos que vienen de cuna (Mozart) y otros que sufrieron la desdicha para sacar el máximo de sí mismos (Beethoven), y es evidente que no siempre debemos aplaudir, pero sí incitar al alumno en que está en un camino correcto y que es a partir de esa base por donde debe avanzar. No hace falta decir "buen trabajo", en tal caso, y ni mucho menos abofetear, insultar y faltar al respeto de forma tan barriobajera y repugnante como el director.
Con esto no pretendo decir que a veces no viene mal apretar las tuercas a más de un alumno que desaprovecha sus cualidades, ojo, pero hay formas y formas de apretarlas. En ocasiones, imponer el respeto a base de miedo puede parecer necesario para los molestos de turno, pero entre eso y aparentar ser el nuevo Hitler hay un abismo.
Y, en cualquier caso, la progresiva caída en el número de alumnos que enfocan su música al jazz, como nos cuenta también Fletcher, tampoco sirve como justificación. Es cierto, el género no pasa por su mejor momento y necesita de una mayor atención, y más como el tesoro cultural que es: pero mientras haya una sola persona en el mundo que se enorgullezca escuchando a grandes como Joe Pass, Mike Stern o Jimmy Bruno, el jazz nunca morirá, aunque nunca está de más reivindicarlo y ofrecerle sus respetos. La música clásica o el blues tampoco se evaporarán por arte de magia o desaparecerán mientras haya oyentes que disfruten de sus bondades, así que menos lobos, Caperucita (aunque en el caso de Fletcher, sería más apropiado "lobo devorador de autoestima").
Ese es, en resumen, mi problema con Whiplash. Unos últimos instantes de película en los que se justifica todo un proceso de horrores, destrucción del alma y maltrato con tal de sacar el máximo de alguien en una faceta determinada. Todo lo demás es prácticamente perfecto, sin un solo atisbo de bajón: dirección, guion, banda sonora de Justin Hurwitz (gloriosa hasta decir basta) actuaciones (donde Teller y Simmons están de matrícula de honor), guion vertiginoso, trepidante ritmo y notable fotografía y recursos cinematográficos. Todo para abordar un espectáculo excelso, impecable, cruel y violento, y cuyo final destroza un trabajo sobresaliente.
Es muy probable, de hecho, que fuese la mejor película de estos Oscar con diferencia de no haber sido por su espeluznante mensaje, aunque tengo entendido que la gente sale del cine dando aplausos después de haberla visto, y con razón, porque la escena final es tan buena que la moraleja acaba casi por traértela al pairo. Maldito sea yo, porque esos últimos instantes me harán odiar para siempre una película digna de elogio, pero peligrosa si busca sentar cátedra. Un contradictorio homenaje al jazz que merece la pena verse alguna vez en la vida.
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LO MEJOR: todo lo que te puedas imaginar: ritmo, planos, guion, protagonistas, trama, música... y a un nivel altísimo.
LO PEOR: su mensaje. Y me duele decirlo, pero juega un papel muy importante.
NOTA: 7,5/10. Si no fuese por la justificación final hacia la crueldad en la enseñanza, estaría en el Top 5 de mi vida.
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P.D.: todo lo que he escrito y comentado en la entrada es una simple opinión personal. Si habéis entendido la película de otra forma o concebís su mensaje de manera diferente... no tenéis que tomaros mis palabras al pie de la letra. Whiplash, de una u otra forma, sigue siendo una película extraordinaria y altamente recomendable.
Los directores de orquesta nazis merecen morir.
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