martes, 22 de julio de 2014

El abuelo que saltó por la ventana y se largó (2013)



“—He sabido por el señor Harry S. Truman que ha cambiado usted el curso de la Historia.
—Bueno, eso no lo sé. Pero menuda juerga nos corrimos…
—¿Podría hablarme de ello?
—Claro. Verá, empezamos a tomar unos chupitos de tequila y entonces…
—No, quiero decir antes de eso.
—¿Antes? Estuvimos todo el rato con el tequila.
—Entenderá que me refiero a su trabajo.
—Ah, eso. Bueno, ahí no podía beber, no. Habría sido muy arriesgado. El tequila sube mucho, ya sabe…”

Me gusta el cine sueco. No he visto demasiado, la verdad, pero las pocas veces que me he acercado a ello (sobre todo con Bergman), me ha dejado satisfecho. Es una escuela con mucha personalidad, muy reconocible, y que tiene una manera especial de contar las historias. Una manera que, además, conecta mucho conmigo.

No solo eso, sino que también tienen un sentido del humor entre absurdo e inteligente que adoro. Y eso es algo que se ve muy bien en esta película, basada en el best-seller de Jonas Jonasson, y que ha llegado con mucha fuerza al resto de Europa (en nuestro país se ha estrenado ya también hace bien poco).

La trama es rara, pero tampoco en exceso: el anciano Allan Karlsson, el día en que cumple cien años, decide escaparse de la residencia donde está ingresado. Entonces, como es un tanto inocente, se mete en un enredo de mafiosos, bandas neonazis, y millones robados, que le llevan a recorrer el país y encontrar extraños cómplices con los que compartir sus delirantes aventuras.

Y, mientras sucede eso, vamos siendo testigos de flashbacks que nos muestran la vida de Allan, tan inocente en su juventud como siendo centenario, y a quien su pasión por la dinamita llevó a conocer en situaciones de lo más estrafalarias a Hitler, Stalin, Oppenheimer, Truman, o Herbert Einstein (el hermano retrasado de Albert).

Es ese humor en que se funda toda la cinta, que funciona a la perfección como una comedia casi de enredos ligera y muy ágil, y donde el absurdo no deja de jugar un papel imprescindible. Porque, la verdad, si no es con el absurdo no sé cómo tomarme el hecho de ver a Stalin bailar como un cosaco y a Franco en plan flamenco, o el ser testigo de cómo Allan idea la bomba atómica sin darle muchas vueltas al asunto.

La combinación entre ese pasado lleno de guiños históricos y la trama que se desarrolla en el presente funciona a la perfección, y tiene un ritmo muy rápido y animado en el que se combinan el humor más absurdo y un humor de calle más cotidiano.

Las interpretaciones, por su parte, son más que decentes, pero no excelsas, con la salvedad de Robert Gustafsson, que encarna a Allan a lo largo de toda su vida (salvo cuando es un niño). Lo que le da a la película su gran valor no son tanto los personajes, sino las situaciones en las que se ven envueltos, y en las que se funda todo el humor.

En el apartado más técnico, cabría realizar una mención de honor a la música, que contribuye a crear ese ambiente alegre y ligero de toda la cinta, y que da pie a alguna de las escenas más divertidas y memorables del filme.

Sin ser una obra maestra, sin duda destaca como una de las comedias más divertidas que haya visto en mucho tiempo (probablemente desde Bienvenidos al fin del mundo), y sirve para reafirmar, por enésima vez, mi amor al cine europeo, donde no todo es Jim Jarmusch (cuya última cinta, por cierto, vi el mismo día, después de esta, y cuya crítica podéis leer en Encadenados).

Allez-y, mes ami!

Buenos días, y buena suerte.

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LO MEJOR: el humor que destila toda la película y el buen ritmo que tiene.

LO PEOR: algunos personajes son un tanto anodinos, y no aportan demasiado. Pero se compensa con creces con el guión.

NOTA: 8/10. Bastante recomendable, sin duda se pasa un rato maravilloso con ella.

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3 comentarios:

  1. Fue una de las sorpresas literarias de los últimos años, y es un soplo de aire fresco en el cine. Poco más que añadir a esta crítica.

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    1. ¿El libro lo has leído? A mí me ha dejado con ganas :)

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  2. No, a mí me ha dejado con muchas ganas también.

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