“—He sabido por el señor Harry S. Truman que ha cambiado
usted el curso de la Historia.
—Bueno, eso no lo sé. Pero menuda juerga nos corrimos…
—¿Podría hablarme de ello?
—Claro. Verá, empezamos a tomar unos chupitos de tequila y
entonces…
—No, quiero decir antes de eso.
—¿Antes? Estuvimos todo el rato con el tequila.
—Entenderá que me refiero a su trabajo.
—Ah, eso. Bueno, ahí no podía beber, no. Habría sido muy
arriesgado. El tequila sube mucho, ya sabe…”
Me
gusta el cine sueco. No he visto demasiado, la verdad, pero las pocas veces que
me he acercado a ello (sobre todo con Bergman), me ha dejado satisfecho. Es una
escuela con mucha personalidad, muy reconocible, y que tiene una manera
especial de contar las historias. Una manera que, además, conecta mucho
conmigo.
No
solo eso, sino que también tienen un sentido del humor entre absurdo e
inteligente que adoro. Y eso es algo que se ve muy bien en esta película,
basada en el best-seller de Jonas Jonasson, y que ha llegado con mucha fuerza
al resto de Europa (en nuestro país se ha estrenado ya también hace bien poco).
La
trama es rara, pero tampoco en exceso: el anciano Allan Karlsson, el día en que
cumple cien años, decide escaparse de la residencia donde está ingresado.
Entonces, como es un tanto inocente, se mete en un enredo de mafiosos, bandas
neonazis, y millones robados, que le llevan a recorrer el país y encontrar
extraños cómplices con los que compartir sus delirantes aventuras.
Y,
mientras sucede eso, vamos siendo testigos de flashbacks que nos muestran la
vida de Allan, tan inocente en su juventud como siendo centenario, y a quien su
pasión por la dinamita llevó a conocer en situaciones de lo más estrafalarias a
Hitler, Stalin, Oppenheimer, Truman, o Herbert Einstein (el hermano retrasado
de Albert).
Es ese
humor en que se funda toda la cinta, que funciona a la perfección como una
comedia casi de enredos ligera y muy ágil, y donde el absurdo no deja de jugar
un papel imprescindible. Porque, la verdad, si no es con el absurdo no sé cómo
tomarme el hecho de ver a Stalin bailar como un cosaco y a Franco en plan
flamenco, o el ser testigo de cómo Allan idea la bomba atómica sin darle muchas
vueltas al asunto.
La
combinación entre ese pasado lleno de guiños históricos y la trama que se
desarrolla en el presente funciona a la perfección, y tiene un ritmo muy rápido
y animado en el que se combinan el humor más absurdo y un humor de calle más
cotidiano.
Las
interpretaciones, por su parte, son más que decentes, pero no excelsas, con la
salvedad de Robert Gustafsson, que encarna a Allan a lo largo de toda su vida
(salvo cuando es un niño). Lo que le da a la película su gran valor no son
tanto los personajes, sino las situaciones en las que se ven envueltos, y en las
que se funda todo el humor.
En el
apartado más técnico, cabría realizar una mención de honor a la música, que
contribuye a crear ese ambiente alegre y ligero de toda la cinta, y que da pie
a alguna de las escenas más divertidas y memorables del filme.
Sin ser
una obra maestra, sin duda destaca como una de las comedias más divertidas que
haya visto en mucho tiempo (probablemente desde Bienvenidos al fin del mundo), y sirve para reafirmar, por enésima
vez, mi amor al cine europeo, donde no todo es Jim Jarmusch (cuya última cinta,
por cierto, vi el mismo día, después de esta, y cuya crítica podéis leer en Encadenados).
Allez-y,
mes ami!
Buenos
días, y buena suerte.
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LO
MEJOR: el humor que destila toda la película y el buen ritmo que tiene.
LO
PEOR: algunos personajes son un tanto anodinos, y no aportan demasiado. Pero se compensa con creces con el guión.
NOTA: 8/10.
Bastante recomendable, sin duda se pasa un rato maravilloso con ella.
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Fue una de las sorpresas literarias de los últimos años, y es un soplo de aire fresco en el cine. Poco más que añadir a esta crítica.
ResponderEliminar¿El libro lo has leído? A mí me ha dejado con ganas :)
EliminarNo, a mí me ha dejado con muchas ganas también.
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