lunes, 28 de agosto de 2023

Margin Call (2011)

 

Se ve que los bancos a menudo hacen cosas malas. Hollywood tiene a bien recordárnoslo de vez en cuando, con esas cosas como Wall Street, o ¡Qué bello es vivir!, o Wall Street 2. Más allá de que suele ser una apuesta segura a la hora de llevarse estatuillas doradas que luego fundir y convertir en oro, preciado oro en lingotes, seguramente se explique porque no hay nada más que le guste a un actor que ponerse un traje a medida y grabar escenas en las que grita, esnifa cocaína, o hace ángeles de billetes de 100$. Es veda abierta para comerse el escenario. Por eso casi todas las películas de este género de tiburones financieros y comerciales (La gran apuesta, El lobo de Wall Street, Glengarry Glen Ross) tienen un elenco estelar coral casi unánimemente compuesto por machos engorilados. Y aquí está Margin Call, cumpliendo las expectativas, con solamente Demi Moore (y el nombre aislado de Mary McDonnell, que hace de "mujer de", y no aparece físicamente en el poster, ni prácticamente en la cinta) reduciendo ese ratio de testosterona a los niveles inaceptables de 7 a 1. Como siempre, esto lo escribo antes de empezar a ver la película, así que podría ser que haya un comentario sagaz al respecto de la desigualdad de género, pero creo que no voy a lanzar las campanas al vuelo.

Por lo demás tenemos a Spock, el Mentalista, Visión, la voz de Scar, el chiquín de Gossip Girl, un pedófilo exculpado, y Stanley Tucci, el mejor actor de su generación. Un plantel desde luego bastante respetable, aglutinando 3 Oscars entre todos, de los cuales 2 fueron a parar al declarado no culpable de ser un tocaniños. Estoy en ascuas de ver a todos estos gigantes de la interpretación, y también a Simon Baker, por qué no, batirse en duelo en el cruel mundo de la especulación económica.

¡Recortes! ¡Recortes! La ejecutiva de Empresa de Cosas de Capital y Tal ha visto al lobo afilar los colmillos y ha decidido deshacerse de unos cuantos empleados que le venían sobrando; inexplicablemente, y sentando un precedente inaudito, uno de ellos es uno de los jefes de gestión de riesgos, el pobre Stanley Tucci que abandona la casa de Gran Hermano a las primeras de cambio pero no sin entregarle un pen-drive maldito a Zachary Quinto, un ingeniero aeronáutico venido a menos, que engrasará el motor del argumento: ¿qué contiene? Pues ya lo descubriremos. Tucci supone que la culpa es de Demi Moore, porque es la única mujer a bordo de este Titanic de hormigón y fondos buitre, aunque yo sospecho de Kevin Spacey, que no porque se esté muriendo su perro tiene aquí cancha libre para lo que se le venga en gana.

Una noche loca de horas extra quizá remuneradas, Zachary consulta el pincho y, como un banco al que le pide un préstamo un joven racializado, no da crédito. Tanto que tiene que llamar a su compi Penn Badgley, obsesionado con los salarios y no porque sea el enlace sindical parece ser, y al jefe Paul Bettany, que cambia de acento en cada frase y más aún borracho, cuando suena como Matt Berry con sobredosis de Sugus. Estaban de parranda y no sé si se enteran muy bien de la gravedad del asunto, ni yo tampoco que no fui al ICADE ni nada, pero parece que van a perder todos hasta los calzoncillos. Le he pedido a Chat-GPT que me lo explique como si fuera un niño de guardería y ha soltado "resulta que pusiste demasiados bloques en la torre y ahora está a punto de caerse", lo cual no aclara nada pero es mejor que la verborrea de buzzwords habitual, así que lo compro. Como compro la tensión sexual entre Quinto y Badgley, que es rebosante, independientemente de la cantidad de visitas a bares de striptease que hagan mientras buscan, sin éxito, a Stanley Tucci, que estará al borde de un puente imaginamos.

El organigrama de esta compañía es teseráctico, pero digamos que aparecen Simon Baker y Demi Moore, que mandan más que algunos y menos que otros, y se repite el bucle. Baker pregunta primero que si alguien ha probado a darle a la tecla "suprimir", y luego que si es que "1 más 1 ya no son 2", porque el algoritmo lo debe haber hecho Fran Perea. Spacey se tiene que morder la lengua y maldecir el principio de Peter, así  que no les queda más remedio que llamar a la caballería, el CEO de la empresa (Jeremy Irons). Este pide que se lo expongan todo "para que lo comprenda un golden retriever", que es prácticamente lo mismo que le he pedido yo a Chat-GPT, así que igual va a ser que tengo madera de C-level y todo. Gracias a ello, se empieza a vislumbrar el quid de la cuestión entre la maleza de los tecnicismos: están haciendo paquetes de inversiones a un cierto riesgo que les cuesta un determinado tiempo calcular; en dicho tiempo, el mercado ha hecho un poco de catapún, y los cálculos que van a resultar tras esa caída van a convertir dichos paquetes en granadas de mano con la anilla quitada, deuda pura y dura como único activo de la entidad. En términos simples, hay que quitarle bloques a la torre, porque están en llamas y cubiertos de tifus, y colocárselos a alguien que no tenga ojos, o manos, u olfato para el tifus. ¡Simple!


Irons viene a animar un poco el cotarro, que salvo por un rifirrafe con Spacey y Baker las interpretaciones aquí habían sido un poquito comedidas: se recrea en las pausas, en su paladar británico, en su gomina. ¿Realmente pueden deshacerse de esas boñigas financieras antes de que impacten contra el ventilador del dominio público? La respuesta es que sí, pero hay que hacerlo rápido, y sin remordimientos, y con buffet libre de farina. Y siempre sabiendo que esta jugada la pueden hacer una vez, porque después van a perder la confianza de los acreedores (al menos hasta que se disuelva la junta directiva y monte otro banco con otro nombre y otro logotipo con colorinchis que nadie asociará con esta catástrofe). Visto que las fichas de dominó van a caer de manera impepinable, mejor tirarlas de un cañonazo, así que dame tu fuerza, Pegaso, que vamos con todo. ¡A vender!

Solo hay un cabo suelto: Stanley Tucci, que sigue en paradero desconocido como la única persona fuera de esas salas de juntas que sabe lo que va a acontecer. Cuando aparece, dice no querer hablar con nadie, por razones obvias, así que no les queda más remedio que hacerle una visitilla, misión para los soldados rasos que están viviendo su película de Guy Ritchie paralela. Entre tanto, los mandamases se frotan las manos y designan una cabeza de turco que enseñarle a los accionistas: si has prestado atención sabrás exactamente de cuál se trata... efectivamente, la de Demi Moore. Ella dice que sabía que iba a pasar esto y que había avisado, pero a estas alturas ya puede venir a dar misa; el juego de tronos ha comenzado y ella no está en sus planes. Quien si está es Bettany, porque la repentina epifanía de bondad de Kevin Spacey le lleva a objetar de conciencia al despiadado plan de vender la basura a los incautos, así que Baker agita la zanahoria (metafórica y heterosexualmente) de la usurpación en su hocico londinense; Bettany, en principio, se resiste a la tentación, pero veremos cuando se dé de bruces con el momento de la verdad.

Tucci está más receptivo, una vez lo localiza, de lo que yo lo hubiera estado, porque no recibe a Bettany con una AK-47; eso sí, dice que ni hablar de aceptar ninguna oferta que le hagan para volver... aunque al final sucumbe cuando está en juego lo que le vaya a quedar de compensación. Spacey se muestra similarmente poco colaborativo, aunque tragará a regañadientes. Badgley tiene un pie y medio fuera, no habiendo hecho nada ni bueno ni malo, como le dice Bettany, que suelta un speech motivacional bastante adecuado para vendedores de multipropiedad: la gente quiere vivir a todo tren, y para ello, es necesario trucar las balanzas. No si bien mirado son prácticamente hermanitas de la Caridad. De Armani, pero hermanitas de la Caridad. Moore está out, ya sabemos; Quinto está muy in, muy al alza, el chico de oro sobre las cenizas humeantes del banco, ascendido a quién sabe qué. Al final la gente que quiso corregir el rumbo se encuentra en la calle (menos Quinto), y los responsables del hundimiento se aferran a sus millones, como debe ser. Los activos se venden en plan metástasis a otros bancos a pérdidas cada vez más grandes, todos se llevan su bonus a ser disfrutado cuando sean despedidos en masa, y Kevin Spacey vuelve a casa a enterrar a su perro y darnos pena. Fin. Nos vemos en el próximo desplome.

Hay muchas cosas que amar en esta película: me encanta, por ejemplo, que como en los rascacielos de la Quinta Avenida, a medida que asciendes en la escalera del poder, más chiquitita se ve a la gente de abajo. Badgley y Quinto debaten sobre cómo el jefe (Bettany) de su jefe (Tucci), se ventila dos millones y medio de pavos al año (de los cuales una fracción no desdeñable va a parar a prostitutas, confiesa). Esto resulta una barbaridad... hasta descubrir que hay TRES escalafones superiores (Spacey < Baker < Irons. Demi Moore todavía no sabemos en qué liga juega, la verdad, más o menos la de Baker). Y pocas escenas hay tan turbias como esa en la que Baker y Moore suben a un ascensor donde viaja la señora de la limpieza, replicándose mutua y vagamente sobre lo sucedido mientras la mujer parece querer estar en cualquier otra parte.

Como mindundi en una multinacional, aun sin enfrentarme a situaciones en las que está en juego la pasta de millones de personas, me he visto envuelto en situaciones similares a algunas de las que se presentan aquí: esas tensas reuniones con jefazos en las que si dices la verdad, mal, y si dices lo que quieren oír peor; esos mánagers que suben como la espuma mientras gente con décadas de experiencia sigue estancada en el mismo puesto, ese momento cuando tu jefe trepa por la valla de seguridad del ático y juguetea con arrojarse al vacío porque se siente darks... (bueno, eso no me ha pasado, pero casi). La cosa es que parece reflejar bastante bien el mundo de las altas esferas financieras, y remueve estupendamente tu empatía a la vez que empiezas a subir peldaños de responsabilidad (hasta el gentuzo de Bettany resulta casi entrañable, por momentos). Sin embargo, la decisión de colocar a Kevin Spacey como la voz de la ética empresarial, incluso antes de saber que encarnar a Frank Underwood (por no decir sus cuestiones penales) iban a convertirlo en la cara de la falta total de escrúpulos, la tengo que condenar: es que tiene cara de hijo de una hiena, qué le va a hacer.

Esa es quizá la mayor falla que se le puede adjudicar a la película, que intenta ser muy comprensiva con muchos personajes pese a que son los responsables de todo este desastre: se entiende lo de Tucci, y su maravilloso discurso de "yo construía puentes", pero con Spacey y Moore, cuya inacción (que Moore se supone que lo intenta, pero flojito, "con urgencia insuficiente" lo llama ella). Tanta palmadita en la espalda se debe a la cantidad inmensa de conflictos internos que hay entre personajes, que propulsan bastante la película, pero que al final dejan un mensaje bastante descafeinado que hay que adivinar: el momento tiburón en el descapotable de Bettany desvía las culpas a toda aquella persona de a pie con ambición de lograr algo más, y uno no sabe si llegar a la conclusión de que Chandor está de acuerdo con esa tesis o nos quiere presentar que Bettany es despreciable. Lo mismo con las repeticiones de que el que ejercitan es un "trabajo soñado", como si desde chiquitito uno quisiera ponerse un traje y endosarle acciones preferentes a una señora mayor. Ahora a lo mejor, que supongo que es a lo que incita Lladós en sus cursillos de fokin mentecato, pero ¿en 2008? No creo.

Lo único que creo que la película retrata sin tapujos es que es un sistema feroz, arbitrario, amañado e injusto, pero los personajes parecen tratar esa circunstancia como si eso fuera una ley divina, como si el crack que se va a producir no fuera más inevitable que un huracán, en lugar de quedar claro que el sistema son ellos. Quizá sea un problema mío, que me vuelvo más ultra, y que es imposible tenerme contento: o me lo das todo mascado y tu máxima al final es una con la que me identifico al 100%, en cuyo caso te acusaré de sermonearme con cosas que habría que dar por hechas, o abres la puerta a la ambigüedad y a la libre interpretación sin tomarme por idiota, y te echaré en cara tu tibieza en el mejor de los casos y en el peor tergiversaré tu mensaje para dar por intencionada la peor versión posible de él. Lose-lose.

Pero bueno, aquí lo brillante del guión, nominado al Oscar, y mi propio sesgo hacia las pelis de "crisis máxima, hay 24 horas para solucionarla", me sacan de ese examen de conciencia. Doy mi visto bueno, con paliativos, a esta historia tan bien contada de la avaricia humana. Ahora a meter a todos estos en la cárcel, gracias.

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