lunes, 26 de agosto de 2019

Érase una vez en... Hollywood (2019)



Hace cosa de un año me metieron en un grupo de Whatsapp que prometía ser una sociedad secreta de discusión musical, pero que pronto se reveló como una madriguera de esnobismo y negatividad. Y de un consumo desaforado de sustancias, pero eso es aparte. Hablo de esto porque Tarantino ha sido la última vaca sagrada en ser sacrificada sobre su altar, habiéndose pronunciado frases como "mojón de buey", "el mayor mierdón que he visto este año" y "prefiero ver Torrente". Más allá del criterio de este particular grupo de personas, que seguramente sólo fingen ser más hipster de lo habitual, sí que hubo una reflexión algo menos frívola sobre el cine de Tarantino, cuando alguién se preguntó: "¿qué peli de Tarantino tiene trama?"

Si entendemos como trama aquello que guía a los personajes hacia una conclusión, es verdad que muchas son meramente una sucesión de escenas. Pulp Fiction sería la máxima expresión de ello, pero también Reservoir Dogs, y Malditos Bastardos hasta cierto punto. Pocas veces hay una narrativa que se propulse hacia adelante, y no sólo porque nuestro querido Quentin adore la metaficción, el flashback y la no linealidad, recursos que por supuesto aparecen en Érase una vez en... Hollywood en distinta medida, si no porque incluso cuando no están éstos, a los personajes de sus historias simplemente les pasan cosas, sobreviven (o no), y vuelven a su vida como si tal cosa.

Nunca en toda la filmografía de Tarantino está más claro que no hay un argumento que en Érase una vez en... Hollywood. Y eso no es necesariamente un obstáculo, aún cuando la peli dura dos horazas y media, porque las escenas que pintan el Los Ángeles hippy de finales de los sesenta son a menudo tronchantes y casi siempre entretenidas. Pero están al servicio de... ¿qué exactamente?

Esbocemos la no-trama: un actor de series del oeste, Rick Dalton (un Leonardo Di Caprio que como de costumbre, no suele fallar), acaba de finalizar el rodaje de Bounty Law y se enfrenta cara a cara al crepúsculo de su carrera. Abocado a interpretar a villanos de un episodio que son derrotados humillantemente por estrellas más jóvenes y apuestas, llora desconsoladamente, traicionado por la volatilidad de la industria. He de decir que me gusta esa subversión del papel de tipo duro, y que nadie se mofe cuando Rick se muestra vulnerable. Por suerte, tiene el hombro de su doble de acción, Cliff Booth (Brad Pitt haciendo de Brad Pitt), que le sirve como chófer, recadero y amigo inseparable. Y juntos... erm... hacen... ¿cosas?

En realidad, juntos hacen muy poquitas cosas. La mayor parte del metraje se dedica a Rick rodando un western que puede suponer su última oportunidad hacia una carrera duradera, Cliff llevando a una joven autoestopista (Margaret Qualley) al campamento de la familia Manson y Sharon Tate (Margot Robbie)... existiendo.

Lo de Sharon Tate en este guión es algo criminal, y sigo sin comprender qué demonios aporta al film más allá de ser contexto histórico con patas. La vemos asistir a una fiesta en la mansión Playboy con las Mamas de Mamas & the Papas, mientras Steve McQueen (Damien Lewis, que tendría un finde libre para salir en la peli) describe el triángulo amoroso entre Sharon, Roman Polanski, y un tal Jay Sebring de una forma que defeca sobre la regla no escrita del "show, don't tell". Luego Tate va a ver la peli que ha protagonizado recientemente con Dean Martin y... bueno, pues hasta ahí su intervención en la cinta, gracias por venir. Sí, es cierto que es vecina de Rick, pero eso no juega ningún papel hasta el final de la película, cuando los Manson aparecen por el barrio.

Así que efectivamente, la película son cosas vagamente, muy vagamente, interconectadas que suceden frente a nuestros ojos. No nos engañemos, las cosas que presenciamos son en gran medida fabulosas, e incluso me atrevería a decir que tope guays. Cliff revienta a Bruce Lee. Rick se desmorona hablando sobre un libro con una precoz actriz (Julia Butters, que con 10 años le roba la escena a Di Caprio y se queda tan pancha). Cliff revienta a un Manson que le pincha una rueda. Rick se vuelve a desmoronar cuando la niña le dice que acaba de realizar la mejor interpretación que ha visto en su (corta) vida. Y el final es bastante satisfactorio, aunque tampoco tiene mucho misterio, más allá de una pistola de Chéjov bien utilizada.

Más pros: el recurso de meter a los personajes en metraje antiguo molaba en Forrest Gump y mola igual ahora, y sirve a Tarantino para recordarnos que le gusta el cine, por si no se notaba. Como mínimo, responde a la pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez: ¿y si Di Caprio protagonizara La gran evasión

Y más contras, también, y en este caso una contra totalmente injustificable. En cierto momento, se nos propone (de forma un tanto ambigua) que Cliff ha matado a su mujer. ¿Ha ocurrido? ¿Qué había en el maletín de Pulp Fiction? ¿Consigue escapar el señor Rosa? No tengo respuestas para esas preguntas, pero sí para esta: ¿es mejor cuando la violencia de género no es tratada como una mera anécdota en la vida de un personaje de una manera que no aporta absolutamente nada a la película? (nada, pero NADA NADA). Sí, es mejor.

En fin, quienes digan que es la más floja de Tarantino puede que lleven toda la razón. Si te pones a cortar todo lo superfluo, te quedas con el fotograma que dice "directed by Quentin Tarantino", seguido inmediatamente de un fundido a negro. Lo cual tampoco es una novedad necesariamente, porque Érase una vez en... Hollywood es un ejercicio de construcción de mundos y ambientes, en este caso... pues Hollywood. Si es que lo dice el título: esto es algo que pasó en Hollywood, Hollywood es quien protagoniza la película, y Rick, Cliff, Sharon y hasta la familia Manson son meros engranajes en la maquinaria. Intercambiables, sin importancia, y que reaccionan a los eventos de la trama con un "wow, lo que acaba de pasar". Y así reacciona también el público al abandonar la sala, minutos antes de volver a su casa, ponerse el pijama, y no volver a pensar en la película el resto de su vida. 

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