Este año, dicen por ahí, ha sido uno de los más milagrosos de la historia reciente del cine español, y Cerdita, tras el éxito cosechado por el cortometraje original en el que se basa (un Goya, un Forqué), quizá era de los filmes que más expectación despertaba. Y sin embargo, es posible que se haya visto eclipsado finalmente cuando ha llegado la temporada de premios, llevándose a casa solamente un (más que merecido, por otro lado) premio Goya a la mejor actriz revelación para su protagonista, Laura Galán. Aunque visto de cierto modo, no sé hasta qué punto es una revelación que interpretes estupendamente al mismo personaje al que ya interpretaste estupendamente hace cuatro años, pero es algo que no voy a ponerme a discutir ahora.
Similarmente a Madre del también galardonando en la última entrega de los premios de la Academia del Cine, Rodrigo Sorogoyen, el corto (regrabado) actúa como prólogo de la película completa: Sara es una joven de un pueblo extremeño que es objeto de un odio atroz e inexplicable por culpa de su aspecto físico. La crueldad a la que se ve sometida especialmente por las muchachas de su edad, incluida una supuesta amiga que intenta esconder cualquier relación para salvaguardar su reputación a ojos del resto, es insólita y me atrevería a decir casi que poco creíble, aunque ya uno se espera cualquier cosa de la gente que hay por ahí. La familia de Sara vive totalmente ajena a esta realidad, con una madre controladora e insoportable (papel que Carmen Machi retrata con esperada solvencia) y un padre bonachón pero bastante despreocupado. A la niña la traen loca: que si qué haces por ahí que no estás estudiando para la recuperación, que no estés todo el día en casa que te dé el aire... Y la pobre Sara queda atrapada entre la asfixia doméstica o el martirio público.
Como válvula de escape, intenta visitar la piscina del pueblo cuando ya no hay nadie, aprovechando esa libertad para poder tomar un baño tranquilamente... pero ni eso: las bullies de turno aparecen para subir el listón al nivel de "intento de homicidio", cuando intentan ahogarla con una red, y se marchan con su ropa. Humillada, tiene que enfrentarse ahora a la vuelta a casa. Pero, por primera vez, no está sola.
Y es aquí donde la historia da un giro de 360 grados, porque en este bello y estival pueblo de casas blancas hay un asesino suelto. Un asesino joven y guapo con un cuchillo y una Citröen C15 (mi vehículo favorito de todos los tiempos), que va a ir por ahí impartiendo justicia, o no. El impacto que supone ver, mientras Sara se sumerge en el agua para ensordecer los insultos, al socorrista ahogado y amordazado en el fondo de la piscina, es brutal, especialmente sin el contexto del corto original. Aunque en esa ocasión, el apuñalador en serie era más bien un señor de campo de rasgos más bien aterradores, y no un sex symbol de acento confuso.
Los motivos que llevan a este atractivo descuartizador a delinquir no están muy claros, y está más cerca de ser un incel peligroso que un Charles Bronson. Esto a Sara, a todos los efectos, no le importa mucho: cuando en un camino de tierra, en su vuelta a casa, se cruza con la C15 y las ocupantes de su maletero, sus acosadoras ensangrentadas, le piden ayuda, hace bien en hacer oídos sordos y dejar que se las lleven a lo que probablemente sea su fin.
Hasta ahí, relativamente, el corto. Lo que venga a continuación tendrá spoilers porque así soy yo, más que crítico un cuentacuentos, aunque ya daré mi opinión cuando toque.
Quieras que no, aunque sean el demonio encarnado, las niñas tienen familia y la Guardia Civil un cuartel en el pueblo, así que cuando encuentran el cadáver del socorrista y se denuncia la desaparición de las jóvenes, las miradas se empiezan a dirigir a Sara, a quién se ubica en el lugar de los hechos pero que niega haber visto nada. El asesino continúa actuando, que lo mismo mata a una señora mayor que lleva un botón de la teleasistencia al cuello cuyo único pecado fue decir algún comentario despectivo de pasada, que le lanza bollicaos por la ventana a Sara, que perdió el móvil en el incidente y ha pergeñado un plan infalible para recuperarlo: robarle el suyo a su padre y largarse al bosque a llamarse a sí misma a ver si ubica el teléfono robado.
En esa escena confluyen Sara, las madres de las niñas que deciden prescindir de los servicios de la benemérita para hacer la guerra por su cuenta, el asesino misterioso, una pareja de la Guardia Civil que persigue a un novillo escapado y que hace pensar que igual las madres no se equivocaban en pasar de los picoletos, y el propio becerro que podría aparecer en cualquier momento y asestar una cornada a cualquiera de los allí presentes. El asesino empieza a mostrar sentimientos románticos hacia Sara, a quien si le quedaba alguna duda sobre sus sentimientos hacia él se le disipan inmediatamente con su mirada bajo el estallido de unos fuegos artificiales, que las fiestas del pueblo no se paran por muchas muertes y secuestros que haya sin resolver. Tan es la impresión del momento amoroso para Sara que esa misma noche se toca pensando en él, ante la atenta mirada de una escultura de la Virgen. Todo muy costumbrista.
Aparece por primera vez un nuevo stakeholder en todo el embrollo: el novio de una de las chicas desaparecidas, que aunque actúa interesadamente porque ahora mismo es el principal sospechoso de los crímenes (porque sí), parece ser relativamente amable con Sara. Y menos mal porque entre tanto, el verdadero culpable está en su casa repartiendo mandobles a su padre, y otro a su madre cuando aparece por allí, ante la evidente confusión de Sara, que les había deseado la muerte pero igual no así, tan de inmediato. Al hermano pequeño, que estaba haciendo popó en ese momento, por lo menos decide saltárselo.
Sara y su interés romántico/secuestrador/genocida en potencia huyen y, tras chocar con el novillo de Chekhov (que si no hubieran chocado hubiera dado igual), llegan a lo que parece un matadero abandonado, donde están encadenadas las chicas, las que no están ya trituradas al menos. Por fin, un poco de serenidad, y Sara aprovecha para echarse un rato que ha tenido un día complicado. A la mañana siguiente, y aprovechando que el asesino se ha ido pongamos a sembrar hortensias, Sara siente que las tornas han cambiado: las vidas de las petardas que le han hecho la vida imposible están en sus manos. ¿Cómo deciden ellas convencerla para que les ayude? Pues gritando cosas como "eh tú, idiota, sálvame", que no deberían gritarse en caso de vida o muerte. Sara lo intenta, pero no es fácil romper unos grilletes, y menos aún cuando te están chillando "¡a mí primero, a mí!". No son agradecidas, es lo que quiero transmitir. Entre tanta indecisión el andoba reaparece, claro, y Sara tiene que salir por patas a lo John McClane, descalza con un montón de cristales rotos por el suelo, pero no tarda en ser descubierta.
El destripador anónimo le ofrece a Sara el cuchillo: ya estás preparada para matarlas tú, pero Sara no tarda mucho en intentar encheirarle a él, que se lo devuelve con un culatazo de escopeta. El posterior sarao se salda con un brazo amputado (el de la falsa amiga de Sara), un par de puñaladas traperas, y un asesino muerto a causa de un mordisco en la aorta propinado por Sara. Con la recortada en la mano y todo el poder, es el momento de concluir lo que su malogrado crush empezó, para bien o para mal. Este mensaje no es comprendido por las muchachas raptadas, que siguen insultando pero con una actitud ya como derrotada, como si no entendieran cómo le puede sentar mal. Sara se cansa y dispara... pero a la cuerda que las mantenía colgadas, como en El bueno, el feo y el malo. Tenéis el perdón de Dios, ahora que no vuelva a pasar. Y tras montarse en la moto del novio amistoso, que no hace muchas preguntas cuando la ve cubierta de sangre, la película termina con una pregunta en el aire.
¿Qué me estás queriendo decir, Carlota Pereda?
Una obra que trata temas tan potentes e importantes como el bullying, la salud mental o los novillos prófugos no puede, y no debe, carecer de un mensaje, pero me cuesta infinitamente encontrarle uno apropiado. Si la tratamos como una simple fantasía de venganza... esa venganza no es ejecutada por la persona que tiene deseos de vengarse, si no por un maromo ex machina del que no sabemos nada, con lo que nos quedamos igual. Si rebuscamos más y consideramos que el asesino es una fantasía y que nada de esto ha pasado, si no que es solo la psique de Sara rebelándose contra todo lo injusto que le rodea... imagino que es la explicación más satisfactoria: cuando Sara se da cuenta de lo destructiva que es esa actitud para la gente que quiere, decide ser la persona madura y perdonar hasta a quien no lo merece. Pero aún así, veo lagunas. ¿Por qué muere gente relativamente inocente, como el socorrista y la camarera del ambigú de la piscina (ambigú es mi palabra favorita)? Si se quiere se puede ajustar más o menos la explicación para que englobe todo correctamente, pero así empezó el terraplanismo.
Dicho todo eso, la película está perfectamente rodada y muy competentemente actuada, brillando como ya decía Laura Galán en el papel principal, emanando en todo momento el pánico y la rabia de su personaje. El propio pueblo donde todo sucede se convierte en otro componente más de la historia, y es un marco perfecto para albergar este choque entre lo tradicional y lo salvaje. Lástima que al argumento le salgan unas pocas costuras por todas partes, que a mí al menos me han impedido salir perfectamente satisfecho de... bueno, no del cine, pero del salón donde la vi. Tal vez esa era la idea, o tal vez no, pero aquí juzgo yo. Y aunque sea un sesgo quizá arbitrario, no me gustan mucho las películas donde la gente es mala porque sí, de forma extrema y casi infantil, y aquí hay bastante de eso. Todo se une para dar forma a una película decente pero que para mí se queda en un "ay, casi". Qué le vamos a hacer.
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