No
importa tanto si los robots sienten o no, lo que realmente importa es
lo que te hacen sentir.
Para
mí, el mejor actor español del momento es Daniel Brühl.
Vale, es medio alemán pero bueno, nos vale. A su gran actuación en
Goodbye Lenin, con apenas 25 años se han sumado otros grandes papeles en Malditos
Bastardos, Feliz Navidad o en Rush. También ha trabajado en España, participando en Los Pelayo y en EVA. En esta última película donde es el alma de la
película. Además el film es especial porque nunca la ciencia
ficción español ha sido tan ambiciosa a pesar de estar rodada por
un director novel como Kike Maíllo, con la única experiencia de trabajar como
guionista en series catalanas.
Álex
(Daniel Brühl) vuelve a casa para diseñar un robot con inteligencia
artificial además de una gran capacidad de sentir emociones. Pero el
regreso también lleva al reencuentro del pasado, que se manifiesta en las figuras de su hermano
(Alberto Ammann) y su mujer (Marta Etura), que tienen como hija a una
niña fascinante y divertida (Claudia Vega) que se convertirá en el modelo para el trabajo de Álex.
La
historia mezcla dos clásicos argumentos: la libertad de los robots y su riesgo, que apenas consiguen explotar más allá de un par de escenas; y los sentimientos, tanto de los robots como de los humanos que es la que tiene más protagonismo, especialmente un triangulo amoroso entre los tres adultos.
Lo
que más chirría de la película es este triangulo
amoroso que es anodino y predecible. El otro gran “misterio” de la
película también es bastante fácil de adivinar apenas pase un buen
rato de visionado. Al restar el suspense la película pierde muchos enteros y pasa a ser una más, cuando podría ser la película referencia de la ciencia ficción española.
Aún así es una película con más pros que contras. La actuación de Daniel Brülh
es magnífica una vez más y llegó a ser nominado al Goya que ganó José Coronado por No habrá paz para
los malvados. También destacaría al buen
papel de Claudia Vega, ya hable de ella en la espantosa Zipi y
Zape: el club de la cánica, y de Lluis Homar, donde gana
merecidamente el Goya al mejor actor de reparto y que fue lo poco
salvable de la serie que hizo llorar a Viriato y a los numantinos de
Hispania.
Otro
aspecto a destacar es la gran química que hay entre la niña y el
protagonista. Pocas veces un niño consigue ser tan descarado, mono y
a la vez divertido sin resultar inaguantable como Eva. Brühl es sólido y consigue en cada
matiz emitir un sentimiento, el de un retorno no del todo
deseado pero que para bien o para mal es necesario porque el pasado siempre
vuelve.
El
apartado de efectos especiales, premiado también con el Goya, es
bastante notable. Son creativos y bien llevados a cabo. Las mascotas robots
como el gato o pequeño caballo son adorables. La banda
sonora está bien utilizada. La fotografía también es bastante
aceptable, con momentos realmente buenos en las montañas heladas que
nos rodean en la película que da al film una atmósfera fría.
La
dirección es bastante buena ya que no se nota que Kike Maíllo es un
novato, el otro Goya que recibió la película fue la de director
novel, y cuenta una historia solida acompañada por un guión
solvente. A pesar de que es predecible, consigue llegar a nosotros y
hacernos sentir tiernos en un final con grandes dosis trágicas.
Tengo
que ver esto: Sin ser imprescindible, en un película bastante
decente y disfrutable.
¿Mejor
momento?: Los momentos donde Claudia Vega y Daniel Brühl
comparten escena.
¿Dónde
debería ver esto?: En un laboratorio de robótica o
una montaña helada.
Me
ha gustado, ¿dónde hay más?: En España no creo que no haya
nada comparable. Quizá la película más similar sería Inteligencia
Artificial aunque está sí que es un noñez inaguantable donde el niño merece morir.
Ya sé que estoy hablando con un asesino en serie en potencia, pero es que Inteligencia Artificial no es moñas.
ResponderEliminarEl final es muy moñas. Y sobre todo innecesario. Bastante esfuerzo ha hecho para aguantar al niño, ahora me tengo que hacerlo sin Jude Law, y con unos marcianitos haciendo de hadas madrinas. No, le prefiero sumergido en las frías aguas del océano.
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