sábado, 17 de junio de 2023

Pinocho (2022)

 

Alguien, alguien perverso, decidió que 2022 iba a ser el año de Pinocho. De Guillermo del Toro me lo espero, porque no ha tenido una idea que no me produzca gastroenteritis en casi veinte años, pero ¿Zemeckis? El responsable de grandes joyas como ¿Quién engaño a Roger Rabbit?, Regreso al futuro o Forrest Gump decidió en 2004 tirar su carrera a la basura poniendo un muñeco de Blender con la cara de Tom Hanks en un tren expreso al Polo Norte y desde entonces no ha levantado cabeza. Roger Rabbit ya pronosticaba una confusión de realidad y dibujicos que ha terminado por definir el poco estilo cinematográfico que ha tenido Zemeckis siempre, desafiando constantemente nuestro sentido del gusto con animaciones que residen cómodamente con pareja y varios hijos en un loft del valle inquietante. Las brujas era absolutamente vomitiva, y como sus zarpas codiciosas han perdido la capacidad de desarrollar una historia original, ahora viene a expoliar el clásico de Carlo Collodi. Y ni siquiera con gracia, a diferencia de esos rusos locos

Full disclosure: si he visto la original del 1940, fue hace mucho, muchísimo, así que es probable que buena parte de la crítica furibunda que voy a dedicar a este asesinato audiovisual sea en cierto modo reciclable para la antigua, pero lo dudo. Por tono, por encanto, por novedad, no se me ocurre de qué manera todo esto podría ser peor.

Pepito Grillo interrumpe hasta la intro de Disney con el castillo para empezar a dar la matraca desde el minuto cero. El insecto homeless viene dopadísimo, hablando hasta con las bocas de riego, con un diseño que parece llevar una máscara de luchador mexicano. Al ver luz en la casa del carpintero Geppetto, entra haciendo parkour que va a ser que llevan razón los anuncios de Securitas Direct. Allí descubre que el anciano, que ha perdido a su hijo y a su esposa en circunstancias que pasan sin explicación alguna, pero que su comportamiento de asesino en serie aclara por sí solo, está haciendo una marioneta que ojalá fuera real. Como es de pino, pues Pinocho lo llama; por esa regla de tres yo llamaré a mi hijo Carbonocho.

Las paredes de su taller están cubiertas de relojes de cuco a los que Geppetto tiene un apego bastante anticomercial, y que además son todos ellos referencias a películas de Disney: Toy Story, Blancanieves, El Rey León... Es gratuito, y demasiado chocante en cuanto a las preguntas que plantea sobre el universo en el que estamos. ¿Robó Walt Disney sus ideas para los siguientes cien años a Geppetto? ¿Es acaso Walt Disney Geppetto? Si Pinocho es claramente un alter ego de Jesucristo, ¿convierte eso a Walt Disney en Dios padre? Y si el venerable vejete está utilizando a su hijo fallecido para dar vida a una criatura a su imagen y semejanza, ¿es también Ana Obregón? ¿ES WALT DISNEY - GEPPETTO - ANA OBREGÓN LA VERDADERA SANTÍSIMA TRINIDAD?

El caso es que Geppetto se va a dormir y a Pinocho le infunden vida la ley de Snell y un hada pesada que canta y que asigna a Pepito la tarea de ser conciencia del muñecajo, que él acepta a buena gana porque si no le quitan el paro. Esos momentos son los últimos en los que acompañará a Pinocho durante la próxima hora de película. Al despertar, Geppetto casi revienta al gato Fígaro del susto que se da al ver a Pinocho vivito y coleando, que lo lanza al aire que en PACMA tenían que estar contentos. Por suerte a Fígaro la física se la refanfinfla, porque cada vez que da un saltito parece un balón del PES.

Geppetto se encariña tanto con Pinocho que el primer día de colegio le dice que vaya andandito que él tiene que rascarse el níspero con el pico de una mesa, pero que en casa a las cinco en punto aunque no le da ni un reloj para una cosita que hace, y uno tiene que pensar si no hubieron un Pinouno y Pinodós y así sucesivamente con este nivel de negligencia paternal. El zorro Juanito y su adlátere limitado ven a un chiquillo de madera pululando y se les hacen los ojos libras esterlinas, así que, con el poder de convicción de un streamer montando una serie de Minecraft, prometen hacerlo influencer (juro por lo más sagrado que usan esa palabra). Pinocho es reticente, ajeno quizá al hecho de que para ser realmente un niño de verdad lo que tendría que querer es eso y no ir al colegio, pero como tiene el cerebro de serrín tampoco les cuesta mucho trabajo. Además que el profesor le echa de clase a patadas, fijo que era concertado mínimo.

En este universo donde Geppetto es Jehová nada tiene mucho sentido: a veces se hablan italiano entre sí y otras veces ponen acento de Lavapiés, hay animales que parecen animales y otros que parecen proxenetas del Bronx, y hay una mierda de caballo hiperrealista que se muestra en pantalla durante lo que se siente como minutos, que cuántas vidas, vidas humanas, se hubieran podido salvar con el dinero que costó modelar unas heces equinas con tal fidelidad. Por haber, hay también una subtrama muy relevante sobre la calidad del asfaltado de los caminos, que Pepito Grillo ve que al pasar los carromatos se levantan piedras y te dan en la cocorota, que cualquier día se escalabra alguien y que es la manera de Zemeckis de jurarnos que no es un deus ex machina si, por absurdo que sea, lo mencionas aunque sea de pasada. Más sobre esto en un ratillo.

Pinocho da a parar con Stromboli, propietario de un teatro ambulante que ve en él su nueva mina de oro y del que abusa constantemente porque puede y porque es malo malísimo. En su espectáculo actúa también una tal Fabiana, pobre tullida por la polio que quiere ser bailarina aunque sea de bachata como Chayanne (también se utiliza la palabra bachata) pero que se conforma con ser la titiritera de Sabina, que también hace sus plies y sus relevés pero quieras que no no es lo mismo. Hay veces que Fabiana y Sabina hablan a la vez que eso ni Maricarmen (RIP) era capaz de hacerlo. Pero en aquellos tiempos no había Tú si que vales y talentos trascendentales como el suyo fueron olvidados por la historia.

Stromboli no quiere que hagan migas y encierra a Pinocho en una jaula echa con cuatro palos mal atados, que cuando Fabiana le dice "encontraremos la manera de sacarte" uno no puede evitar pensar que está de recochineo. El santo patrón de los guiones serendípicos interviene dos veces en tantos segundos para hacer que el carro de Stromboli pase de nuevo por exactamente donde está Pepito, atrapado en un tarro (que parece también bastante vulnerable incluso para un grillo) y, además, que levante un guijarro de la calzada y que este casualmente impacte sobre dicho tarro, liberando al bichejo de su prisión. Es demencial. Hasta lo de crecerle la nariz se utiliza como una tarjeta de "queda libre de la cárcel" literal y metafóricamente, porque la usa para acceder a las llaves de su estúpida celda y salir pitando, y a Fabiana y Doña Rogelia que les vayan dando muchas morcillas. El mensaje viene a ser que está bien mentir si es útil, lo cual supongo que calará hondo en próximas generaciones de políticos.

La infinita inocencia de Pinocho vuelve a ser explotada otra vez más por otro señor en un vehículo sospechoso, esta vez abarrotado de niños en busca de un futuro mejor. La cosa no va muy bien: son arrastrados a la "isla de los juegos", un chiquipark mezclado con el experimento de Stanford en el que las criaturas beben zarzaparrilla, van repartiendo por ahí con bates de beisbol a lo que tengan a mano, y en última instancia se transforman en burros porque sí y son llevados a unas minas de sal para trabajar y levantar el país. Relativamente fiel a la original, pero con menos niños fumando porque Zemeckis es un cobarde.

Cuando ya ve de qué va el percal, Pinocho y Pepito huyen despavoridos y piden el Uber de Bruce Wayne que les deja de nuevo en la puerta de la carpintería... pero Geppetto no está. Ha vendido todos los relojes de cuco edición coleccionista La Tienda en Casa para procurarse una mierda de barca que, eso sí, tiene una maniobrabilidad que ya la quisiera un Seat Ibiza. Con ayuda de la gaviota Sofía, que es un personaje que existe, el hombre había conseguido seguir el rastro de su tallado hijo hasta la isla, pero todavía andaba en medio del mar. Un espectador avieso puede preguntarse cómo es posible que Pinocho y su insecto consiguieran tocar tierra en un momento sin bote alguno mientras Geppetto ni vislumbra la isla todavía después de llevar horas a la deriva. La resolución a ese misterio no os la esperáis. Puedo avanzar que la forma en la que se adentran en el mar (que es mediante kitesurf propulsado por gaviota, ya de por si más que insólita) es bastante diferente de la que usan para salir de él.

El caso es que cuando ya van a reunirse por fin aparece lo que más bien parece un rape gordo y se traga a Geppetto y a Pinocho de una, como nosotros nos tragamos esta película sin masticar. Aprovechan un bostezo para escapar, con Geppetto subido a lo que queda de su barca mientras Pinocho, con medio cuerpo fuera, actúa de motor fueraborda. Salen zumbando en una Zodiac, lo digo en serio. Esas patas de palo generan caballos y caballos de potencia. Tal es su velocidad que cuando chocan contra la playa, Geppetto sale despedido y fallece durante un rato como ese de los Mötley Crüe, solo que aquí en lugar de las ganas de tomar más drogas lo que despierta al anciano es la interpretación por medio de gemidos pinochiles de "When You Wish Upon a Star", y una lágrima que más que un signo de que Pinocho es un muchachito de verdad parece representar que su madera está carcomida por el salitre. Pepito Grillo nos da las gracias, nos sella el ticket del parking, y cada uno a su casa y Walt Disney en la de todos.

Como alguien al que estos remakes sin alma me parecen una afrenta al arte sin paliativos, hacerlos de esta manera tan burda, con tan descarado desinterés por contar una historia ya contada, me repatea el hígado con botas de alpinismo. Me radicaliza más que leer Twitter. Lo que está bien, que se cuenta con los dedos de la mano de un Playmobil, es lo mismo que ya estaba bien en la de hace ochenta años; todo lo demás es purria. La incorporación del personaje de Fabiana, cuyo cometido narrativo es ser "Pinocho, pero saliendo menos rato", es irrisoria; su arco de personaje termina con un acelerado "bueno te cuento, a Stromboli le han metido en la cárcel porque sí y yo, que resulta que he debido de heredar su espectáculo aunque es totalmente inverosímil, he montado una troupe sindicalizada que nos vamos de gira por la Toscana pasado mañana. ¿Te vienes, Pinocho? ¿No? Si no en otra ocasión, vamos hablando". Es de lo más ridículo en una película que piensas que no te puede ofender más. Si tengo que decir algo bueno de ella, es que no es tan execrable como Las brujas, pero para alcanzar esas cotas hay que proponerse ser muy hijo de mil hienas. Y Zemeckis ya lo hizo una vez, tiene ganado el infierno, pero tampoco tiene intención de reemplazar a Satanás. Al menos de momento, stay tuned para la adaptación live-action de Mia: la búsqueda del remedio para la abuelita, muy pronto en tus peores pesadillas.

Así que el ranking de adaptaciones de Pinocho queda así.

  1. La del 40
  2. Las eróticas aventuras de Pinocho.
  3. Buratino, el hijo de Pinocho
  4. Pinocho 3000
  5. Pinocho la rusa
  6. Pinocho la de Del Toro
  7. La venganza de Pinocho con el que hacía de Mini-Yo en Austin Powers.
  8. Pinocho la de Benigni de 2020.
  9. Pinocho la de Benigni de 2002.
  10. La pasión de Cristo de Mel Gibson.
  11. Pinocho de Robert Zemeckis.
Parad, por favor.

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