lunes, 23 de noviembre de 2015

Dragon Ball Super (Saga del Dios de la Destrucción) (2015)




ATENCIÓN: EL SIGUIENTE ARTÍCULO CONTIENE SPOILERS DE LA PELÍCULA DRAGÓN BALL Z: LA BATALLA DE LOS DIOSES Y DE LOS 15 PRIMEROS CAPÍTULOS DE DRAGON BALL SUPER. LEER BAJO PROPIA RESPONSABILIDAD.


A la hora de ponerme a criticar cosas, reconozco que, cuando puedo, soy extremadamente hater. Si hay una película que me ha sentado mal lo digo con todas las letras, sin pelos en la lengua y, a ratos, alejándome de lo que se puede llamar objetividad. Evidentemente, al criticar cine, ser objetivo es bien difícil. En el campo de las series, en cambio, la cosa puede variar.

Porque las interpretaciones sobre cosas son más abundantes, porque tienen mejores y peores momentos a lo largo de su existencia y, por qué no, porque tienen espejos en los que mirarse de una forma u otra. Y Dragon Ball Super no es una excepción es este aspecto: mira de lejos, pero que muy de lejos, a sus brillantísimas predecesoras (Dragon Ball y Dragon Ball Z... excluyo a GT del asunto porque eso daría para otro artículo y porque, oficialmente, ha dejado de ser canon) y sufre de problemas y del odio de muchos fans, que la ven como una continuación pobre e injustificada.



Cuando en julio nos enteramos de que volvía la mítica saga de Akira Toriyama, nos dio un vuelco el corazón por la nostalgia. Que si mucho hype, que si nuevas transformaciones, que qué ganas de ver de nuevo a la pandilla... Y, una vez que salió la primera tanda de capítulos, llegaron las dudas: ¿Y esa animación? ¿No es esto la película La batalla de los dioses, pero con relleno? ¿Dónde se han quedado la épica, el sufrimiento, el drama y las brutales peleas de los 90? Y, en parte, hay mucha razón en todo esto.

Dragon Ball Super lanzó sus primeros quince capítulos englobándolos en el arco de una saga que introduce a nuevos personajes: Bills, el dios de la destrucción, y su "sirviente" Whis. El primero estuvo dormido durante casi 40 años (la misma edad de Goku, casualidades de la vida) y, por lo visto, fue el que ordenó a Freezer destruir el planeta Vegeta. Ah, y también tuvo que ver con la extinción de los dinosaurios en nuestro mundo. 


Yamcha, haciendo amigos.


Como veis, ni una cosa ni la otra tienen puto sentido por razones evidentes que todos los frikis de la saga conocerán bien, pero el asunto no acaba ahí. Según su pez oráculo, Bills está destinado a enfrentarse contra otro dios, su archirrival, en un duelo a muerte que decidirá el destino del universo: el Super Saiyan Dios. Porque sí, ahora resulta que los saiyans tienen a una divinidad pura, elegida y de gran poder entre ellos (¿no habíamos pasado por esto ya?), y su destino es enfrentarse al, presuntamente, ser más poderoso del universo, quien no es otro que Bills. 

Un Bills, por cierto, con un diseño realmente molón, si bien su presencia y trato no destilan miedo por ninguna parte. Este gato basado en divinidades egipcias tiene, en efecto, un poder fuera de lo común, siendo capaz de destruir un planeta con el chasquido de sus dedos. Su único propósito es el de destruir mundos por todo el universo (la creación y la destrucción van de la mano), y, en su búsqueda del Super Saiyan Dios, acaba en el planeta del Kai del Norte (Kaito para los castellanoparlantes), donde se halla Goku entrenando. Y a partir de ahí, la marimorena.

Lo siento, pero tenía que ponerlo. Ni olvidamos ni perdonamos.


Para los que ya hayáis visto la infame La batalla de los dioses, todo esto a buen seguro os sonará, así como los acontecimientos que siguen: la paliza de Bills a Goku, Bills y Whis viajando a la Tierra para buscar a Vegeta para ver si es él el Super Saiyan Dios, fiesta de cumpleaños de Bulma... y Pilaf y su banda, because patata. A partir de este punto, podemos analizar mejor la serie, desmarcándola mínimamente de la película por pequeños detalles.

Porque, por ejemplo, en la serie, el cumpleaños se celebra en un crucero, en alta mar; Gohan no usa su disfraz de Gran Saiyaman para hacer el gilipollas; Vegeta tiene un flashback de su niñez, viendo a su padre humillado ante Bills; Vegeta NO BAILA (gracias a Cthulhu), aunque eso no le libra de seguir quedando muy mal; Mai, esbirra de Pilaf, no se enamora de Trunks; y el combate entre Goku y Bills tiene relleno para dar y regalar. Por lo demás (salvo algún episodio de relleno), todo es prácticamente calcado a lo que se vio en la peli, y ese es, precisamente, el mayor problema de Dragon Ball Super: copia descaradamente algo que ya hemos visto y que conocemos a la perfección.


Aunque esta vez no hay baile, Vegeta no se libra del ridículo. Y lo que le queda...


Y, por desgracia, no tenemos un recuerdo precisamente bueno de La batalla de los dioses: la crítica se cebó con ella, y yo también lo habría hecho si me hubiesen entrado ganas de criticarla en el blog, porque es una cinta mala de solemnidad y que parece hecha con prisas y a desgana. Lo único que se salvaba (con matices) era la animación, y visto lo visto en Super... ay, mamá. 

Porque, quitando las múltiples parodias que se han hecho en las redes sociales (especialmente con el quinto episodio), las preguntas que todos nos hacemos son claras: ¿tan mal está la industria del anime para que una de sus series más famosas (si no la que más) se haya cuidado tan poco en este aspecto? ¿Cómo es posible que Toei Animation, distribuidora de una saga que gana millones al año en merchandising de los más variados productos (videojuegos, accesorios, figuras de acción y un larguísimo etcétera) no tenga dinero para invertirlo en un buen equipo de animadores y en las mejores tecnologías? ¿Cómo es posible que todo luciese muchísimo mejor en 1995 que en 2015? ¿Tanto tiempo esperando para que haya fan-fictions mejor dibujados en cualquier rincón oscuro de Internet?

La activa (para bien o para mal) personalidad de Gohan y Videl ha desaparecido hasta convertirlos en meros elementos decorativos, planos a más no poder. Eso sí, se quieren mucho y son muy felices juntos, o algo.

Quizás encontréis las mejores respuestas en este inmejorable artículo de Álvaro López (redactor en Generación Ghibli y co-autor del genial libro Mi Vecino Miyazaki), que describe a la perfección la situación de la industria. Situación que muchos desconocíamos, incluso tras el cierre temporal de Studio Ghibli que tanto dio que hablar en su momento, y que explica perfectamente el desastroso apartado técnico de Dragon Ball Super. Lo peor del asunto es que ni siquiera se salvan los capítulos "grandes": aquellos, podría decirse, en los que las batallas lo copan todo y donde las explosiones y los ataques especiales se dan cita en la pantalla. En esos, incluso, adolece el conjunto, porque se nota mucho el poco empeño y las prisas, con pobres y poco cuidadas animaciones, caras deformes y poco detalladas en primeros planos y algún que otro efecto digno de PS2. 

Y eso por no hablar de la transformación de Goku en dios: un Kaio-ken cuasi anoréxico y que no impone absoluto (más bien da risa) lo que, unido a la poca espectacularidad en los combates, hace que no nos tomemos el asunto completamente en serio.


¿Y el Super Saiyan 4 no va a ser canon? ¡Venga ya!

Y en cuanto a los personajes... ¿cómo les ha sentado el paso del tiempo a Goku, Gohan, Piccolo, Vegeta y demás prole? Pues bastante mal no sólo en lo que a animación se refiere, sino porque, ya bien entrado el siglo XXI, siguen siendo particularmente idiotas. Es en este aspecto donde quiero ahondar especialmente: en que, a pesar de lo grande que fue, Dragon Ball Z también pecaba de tener un guion vago, machista y con valores que hoy en día echarían para atrás a más de uno. Y en Super, todo sigue igual: Goku sigue siendo igual de imbécil y un pésimo padre de familia; las mujeres de la serie sólo se preocupan por el dinero; los héroes secundarios (Piccolo, Tenshinhan, Krilin) pintan menos que el decorado; Oolong (pero éste le importaba a alguien?) intenta ser cómico y conduce a todos al desastre; y ahora, por si fuera poco, lo que impulsa a los malos a no destruir cosas es... la comida.

Porque si pensábais que Toriyama no podía tener más fetiches raros, está claro que se guardó más de un as en la manga. Whis y Bills VIVEN, RESPIRAN y MATAN por la comida. O lo que es lo mismo: si visitan un planeta y al dios gato no le gusta el menú, boom. Esa es la despiadada naturaleza del gran enemigo mortal de nuestros héroes. Y claro, analizando a otros villanos de la serie, sale perdiendo por goleada.


Si no fuese por la animación, las peleas en el espacio serían un auténtico espectáculo. Además, captan lo mejor de sus predecesoras: emoción, intensidad, dramatismo...


Dicho todo esto... ¿hay algo que se pueda salvar de Super, en todo caso, y que invite a echarle un vistazo? Si eres fan de la saga, en mi opinión, lo más normal sería que arrojases la toalla tras el capítulo 5 y, si me apuras, desde el primer momento en el que sale Bills, porque ya has tenido que pasar por el trauma de la peli, y con una vez basta. Entonces... ¿por qué sigo viéndola yo? ¿Masoquismo duro, una apuesta perdida? Puede parecer mentira, pero quiero darle una oportunidad... y no me lo está poniendo fácil.

Porque, en el fondo, a pesar de todos sus tópicos y errores, reconozco que esos personajes tan mal construidos y de actitudes tan reprobables son, en el fondo, parte de mi infancia. Me paro, respiro, acepto los hechos e investigo qué cosas nuevas me van a deparar. Y, desde luego, me atraerían mucho más si las películas no me dijeran lo que va a pasar y si la animación no fuese tan horrible. Entonces, quizás, estaríamos ante una continuación correcta, alejada de los grandes momentos que nos brindaron sus predecesoras y con agujeros de guion enormes (rasgo que ya sufrió muchísimo Dragon Ball Z y del que Toriyama siempre ha pecado), pero con tramas bastante interesantes (la idea de que hay varios universos con sus respectivos dioses, a cada cual más poderoso, podría funcionar en un futuro) y algún que otro momento que, en la distancia, evoca a aquellos maravillosos años en los que seguíamos, intrigados, las aventuras de los Guerreros Z.


No faltan los capítulos de relleno, con estos dos como estrellas invitadas


Es ahí donde radica el quiz de la cuestión: que Super intenta evocar lo mejor de Z y la original adaptándolo a nuestros días, con resultados extraños y desastrosos, pero mirándose en un espejo claro. Ni Dragon Ball ni Dragon Ball Z fueron perfectas, y a pesar de conquistar al público gracias a su epicidad, espectacularidad y personajes, lo cierto es que, hoy en día, no es difícil sacarles defectos. A Super le ocurre un tanto de lo mismo, pero con problemas secundarios que la lastran hasta decir basta. Con una dirección eficiente y una animación destacable, es probable que esta continuación no nos doliese tanto... aunque, a buen seguro, algo nos dolería.

No obstante, si Toriyama y Toei Animation siguen por el mismo camino, el futuro de Dragon Ball Super será terriblemente negro. No sólo porque la audiencia en Japón no está siendo espectacular, sino porque para los capítulos que vienen están siguiendo la misma estrategia (ahora se está adaptando la película La resurreción de Freezer en el nuevo arco argumental) y, con el continuo copia y pega, ninguna mejora de la animación podrá contener la ira de la crítica y de los fans, hartos de que se les tome el pelo de esta manera. Si cambian esto, quizás haya un giro de los acontecimientos, pero lo cierto es que el anuncio de una nueva película nos deja con muy pocas esperanzas...









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