"¿Ahora crees en Jesucristo? Estás de suerte, porque te voy a mandar a conocerle".
El puto Quentin lo ha vuelto a hacer. El de Tennessee vuelve a hacer una obra que solo saldría de su genial y loca cabeza llena de katanas y balas. Pocos han tenido la suerte de haber hecho lo que les ha dado la gana durante su carrera y Tarantino es uno de esos elegidos. Debutó con una película de atracadores sin atraco para luego rodar una obra maestra en la que batió todo lo cool que tenía a mano. Desde concursos de bailes a matones citando versículos de la Biblia pasando por escenas tórridas en un sótano. Luego hizo homenajes a diversos géneros como el blaxploitation en Jackie Brown, las artes marciales en Kill Bill, la serie B en Death Proof y al cine bélico en Malditos Bastardos. En esta última se comprueba que no le importa cambiar los hechos históricos si eso le jode una buena escena. Para Tarantino no hay normas, solo hay que fijarse en los letreros de sus películas. Por poder, puede escribir el guión de la comedia romántica como en Amor a Quemarropa, aunque eso sí, metiendo tiroteos y artes marciales. Porque quien tiene talento, tiene carta blanca para rodar lo que le plazca.
Para
entender a Quentin hay que meterse en la mente de un loco, amante de
la sangre y educado en un videoclubs rodeado de películas japonesas
y de vaqueros. Este último género lo ha dejado para su madurez
creativa, en la que Tarantino ha decidido convertirse en Sergio
Leone. Pero para ello no le basta con una maravilla como Django Desencadenado. Necesitaba más para afianzarse en la leyenda del
viejo oeste y no ser solo uno más que vistió botas con espuelas y
sombrero.